Pocas cosas hay tan disuasorias, en el mundo de la ficción, como un guion predecible. Bien lo saben, por ejemplo, los aficionados a las series televisivas. La legión de seguidores con que cuentan en todo el planeta exitosas producciones como Homeland o Breaking Bad se muestra inmisericorde con las tramas aburridas. Aplaude los giros imprevistos y sorprendentes, pero deserta en masa de argumentos ya conocidos. Más allá de la declarada devoción de José Ángel Biel por el western de John Ford Centauros del desierto, no existe constancia pública de los gustos audiovisuales de nuestros líderes políticos. Pero podría decirse que Rudi, Lambán y sus jefes de Madrid ven poca tele. Así se deduce de lo cansinos que resultan los periodos preelectorales que protagonizan. Solo una muestra: por el horizonte asoman ya los comicios europeos --y, antes de lo que parece, los autonómicos y municipales--, y a las vidas de los codiciados votantes aragoneses vuelve la enésima amenaza de un trasvase del Ebro. Menos mal que episodios como el yo-contra-casi-todos de Ruiz-Gallardón, la operación a vida o muerte a la que ha de someterse el PSOE o el aprieto judicial de la infanta Cristina harán más llevadera una época que al público le suena a más de lo mismo. Puede que no provoquen la misma descarga de adrenalina que las nuevas entregas de Juego de tronos o de The walking dead, pero seguro que, al menos, entretienen. Habrá, incluso, quien halle semejanzas en las tramas. Al tiempo.

Periodista