En varias ocasiones he tenido que hacerme eco de algunas circunstancias vinculadas con la Policía Local, y no precisamente para felicitarles. Por eso mismo, parece de recibo alabar (en esta tierra tan dada al despellejo) la profesionalidad y nuevos aires que comenzamos a sentir, más allá del inevitable porcentaje de yerros (en todas las profesiones se dan) que todavía se producen. Gentes generosas siempre en el filo de la navaja, ahora mismo están dirigidas por unos jefes altamente cualificados que saben imprimir el sentido último de su cometido, servir a los ciudadanos con diligencia, cariño y en su caso, con el rigor necesario. Hay que limar asperezas y templar los genes de algún que otro jovenzuelo, hay que medir las razones de fondo para sancionar al delincuente o al incauto ciudadano (marcando las inevitables diferencias) pero la prontitud y profesionalidad con las que atienden requerimientos varios, acudiendo con celeridad y eficacia para solventar mil y una circunstancias justifican el común reconocimiento. A su jefe en primer término, y en paralelo, a las autoridades municipales de quienes dependen en este cometido. Comienzan a parecerse a los polis británicos.

*Profesor de Universidad