El ejercicio del periodismo, que no es ninguna ciencia exacta, descansa sobre algunos principios que este oficio entiende casi como inalterables. Uno de ellos es que las buenas noticias no venden y que, por tanto, no merecen especial consideración. Pero la realidad, más tozuda que el más cabezón de los redactores jefe, demuestra a veces que eso no siempre es así. Un ejemplo palmario lo representa el tratamiento informativo que esta semana ha recibido el acercamiento entre Cuba y EEUU. Acreedor de portadas y titulares para enmarcar, se trata de un hecho bueno para el mundo, pese a los agoreros cantos de los extremistas en ambos lados. También lo es la impagable labor de los mediadores, el Ejecutivo canadiense y el Papa Francisco. O el modo en que precisamente el pontífice argentino intenta lavar los trapos sucios de la iglesia católica. O el alto el fuego unilateral anunciado por la guerrilla de las FARC en Colombia. O la rebaja del precio de la gasolina... La lista, por fortuna, podría alargarse. Y si bien es cierto que estas y otras buenas nuevas compiten con el cansino desencuentro político de nuestro país, con la corrupción, con la crisis y con sucesos terribles, la actualidad también depara alegrías como las mencionadas. Así que, como hacemos los periodistas mal que bien y aunque sea apelando al espíritu navideño, quizá resulte un buen ejercicio concederle cierto espacio a lo bueno. En el repaso de las noticias convencionales y, por qué no, en las de nuestro humilde y rutinario día a día.

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