Como en esta ciudad sigue resultando imposible coger un taxi, incluso a horas respetables, si es que hay alguna hora que no lo sea, me aventuré un viernes por la noche a la salida del teatro Principal a probar el buhobús para llegar a Torrero Venecia. Mientras mi amiga argentina proseguía su titánica lucha contra el cierzo en busca del taxi deseado, subí al número cinco que según indicaba su recorrido llegaba hasta Torrero. El bús nocturno se coge a la una de la madrugada frente al Vips de plaza Aragón, y contra todo pronóstico circula todo su recorrido en dirección contraria a mi destino. Lo mejor del asunto es que es gratuito, y sólo debes tomar el billete que te ofrece el conductor con la mejor de sus sonrisas. Los jóvenes, usuarios habituales de tan estupendo transporte de fin de semana, lo saben muy bien y suben con desenvoltura, mientras que el resto lo hacemos con esa mezcla de curiosidad y prudencia de no saber muy bien dónde te metes. Pocos viajeros a esa hora de la noche: jóvenes que se recogen pronto o que cambian de ruta, trabajadores que salen de sus turnos en la hostelería, o gente que abandona el centro de la ciudad para llegar a sus barrios de residencia.

La joven sentada a mi lado comienza la conversación con un largo suspiro de cansancio: «Qué duro es esto de la hostelería. Estoy reventada. Sólo deseo llegar a casa y dormir diez horas seguidas. Pero al estar tan mal la cosa, cualquiera deja el empleo. Hasta las ETT (Empresas de Trabajo Temporal) han cerrado. ¡Figúrate cómo andará el patio!». Asiento con resignación y cuando baja en su parada le deseo un feliz descanso. El búho sigue su trayecto cada vez más alejado de mi barrio y con menos gente en su interior. De la plaza de Aragón, sigue por Independencia, desciende por el Coso Alto y recorre el barrio de Las Fuentes, dando varias vueltas sin mucho sentido. Por fin enfila la avenida de San José. Ya me veo en casa, cuando de pronto varía la ruta y tuerce hacia el barrio de la Paz que rodea varias veces en un recorrido circular repetitivo absurdo. Me levanto asustada y con cara de terror le pregunto al conductor si este coche en algún momento parará en la Avenida América. «Tranquila, que en Torrero aunque no lo parezca tiene una parada». A las dos de la madrugada termina el largo viaje que caminando me hubiera costado media hora. Conclusión: el barrio de Torrero carece de buhobús.

Comprobaran ustedes que es un trayecto demencial que además deja sin servicio nocturno a muchos residentes de este barrio. Han pasado los años y continúa el desatino. Una de dos: o la gente de este barrio se resigna a todo y no protesta por nada o no sale de su apacible zona de confort más allá de las diez de la noche.

Confiemos en que el nuevo alcalde de Zaragoza, Jorge Azcón, corrija esta irregularidad tan fácilmente enmendable, y los vecinos de Torrero Venecia podamos disfrutar de tener un búho en nuestras salidas noctámbulas ahora que el pulso de la ciudad se recupera tras el largo y cálido verano.

*Periodista y escritora