La compleja situación que ha generado el bloqueo político en España está agravando nuestra secular tendencia al frentismo en el nuevo escenario multipartidista. El imperio del noesnoísmo y los vetos cruzados que dominan hoy la estrategia de casi todas las formaciones son un impedimento insalvable para la consecución de la gobernabilidad. No obstante, sin un diálogo franco y abierto, en torno a políticas y metas, es imposible salir del laberinto. Desgraciadamente, el eje izquierda y derecha sigue siendo entre nosotros un muro infranqueable para alcanzar acuerdos transversales del tipo Grosse Koalition que han permitido a Alemania salir a flote tras los años más duros de la crisis. Curiosamente, una variación de ese mismo modelo ha acabado resultando indispensable para el reparto de responsabilidades a nivel europeo, con una entente inédita entre populares, socialistas y liberales. En medio del auge de los populismos y de la amenaza del brexit, la unión del liberalismo se ha revelado el único antídoto.

Entretanto, en nuestro país la inevitable lucha por el poder se está viendo agravada por el encarnizamiento en torno a lo que se han venido en denominar «guerras culturales», como ha demostrado estos días el conflicto generado a raíz de la presencia de Ciudadanos en la manifestación del orgullo gay. Este acto de reivindicación de los derechos civiles de un colectivo sojuzgado históricamente en todo el planeta se ha acabado convirtiendo en un elemento de controversia más dentro de la lucha partidista. Más allá de los legítimos mensajes que traslada cada año la organización, es indudable que en este colectivo -como en todos- hay una pluralidad de ideas y sensibilidades que no siempre acaban saliendo a la luz. Huelga nombrar aquí la lista de dirigentes de todo tipo y condición que han salido del armario. Para colmo, el trasfondo de las negociaciones para la investidura ponía este año el foco sobre las relaciones que mantienen PP y Cs con Vox, a cuenta de su mensaje homófobo y agresivo frente a la ideología de género. Y no por casualidad, en tanto que la denuncia del patriarcado como sistema de dominación que enarbola el feminismo supone un casus belli para una formación reaccionaria.

Lo problemático es que este choque de maneras de ver la vida trasciende las reglas del debate político. Tal y como afirmara Slavoj Zizêk en su opúsculo En defensa de la intolerancia, una parte de la nueva izquierda entiende que las últimas conquistas en materia de derechos civiles y políticos -entre ellos los de los gais- están al mismo nivel que los derechos alcanzados a lo largo de los siglos XIX y XX, configurando así un nuevo statu quo al que se suman los derechos medio ambientales, la paz o la cooperación internacional y que tendría entre sus bases la defensa de la diversidad en todas sus manifestaciones (de lo identitario a lo queer). Sólo así se entiende cómo una parte de quienes acudieron al Orgullo en Madrid interpretaron la presencia de un partido que aboga por un concepto actualizado de familia en clave de ataque existencial. Los gritos, empujones, salpicones y manifestaciones de repudia son la reivindicación de ese derecho a ser intolerantes contra la intolerancia; o sea, a serlo contra quienes no comparten un consenso político que todavía no está cerrado. Muestra de ello son las discrepancias en torno a temas como la gestación subrogada y la prostitución o nuevas vindicaciones como las especistas a favor de los derechos animales.

En las guerras culturales, los argumentos quedan rápidamente opacados por las emociones y creencias de los sujetos, que suelen tener una imagen preconcebida y caricaturizada del otro. Ahora bien, lo que nunca debería avalarse, desde ninguna de las partes, es la negación de derechos preexistentes que permitieron el desarrollo de subsiguientes generaciones de derechos. La libertad de expresión y manifestación, el derecho a la integridad física y a la propia estima, el desarrollo de la personalidad y el pluralismo político son los cimientos sobre los que debemos construir el nuevo edificio de convivencia para las sociedades del siglo XXI. Los atajos que abren la puerta a la intransigencia y el fanatismo sólo pueden retrotraernos a épocas anteriores.

Aquí no hay medias tintas.

*Periodista