El concurso de los bulos de la legislatura lo inició Pedro Sánchez. Nunca habría un acuerdo con Podemos, ni siquiera con el destierro de Iglesias del pacto, para alcanzar el Gobierno. Y aquí estamos.

El Gobierno que emergió de la propaganda -y de un bulo- cumple 100 días de legislatura con las peores cifras sanitarias de nuestro entorno por la pandemia del coronavirus. ¿Y si lo que se concibió para emergencias machistas, antifascistas o climáticas no sirve para liderar una crisis de este calibre? Ahí lo dejo.

La concepción del relato por obra y gracia de Iván Redondo avanza entre el creciente estrés social por el contraste de España con otros países. «Estamos trabajando para minimizar ese clima contrario a la gestión de la crisis por parte del Gobierno», dice el general de la Benemérita.

La frase es antológica porque define la situación a la perfección: hay que empezar a lanzar globos sonda sobre la censura para no herir a las instituciones ni al Gobierno. El desvergonzado atrevimiento del CIS con su pregunta sobre si aceptaría una censura de la información para que prevalezca las fuentes oficiales fue el primer disparo.

Porque aquí el problema está en confundir los bulos con las críticas al Gobierno. ¿Desde cuándo la única versión de un asunto es la oficial? Con esa premisa, desterramos la libertad de opinión, de información y de crítica periodística.

Es paradójico que sea el Gobierno quien dicte lo que es un bulo o lo que no lo es. Cuando la maquinaria que más bulos escupe siempre es la de cualquier administración gubernamental para proteger su poder.

El conjunto de bulos, inexactitudes o engaños -hasta peligrosos- del Gobierno se han sucedido casi a diario. Y por parte de la oposición, otro tanto. Porque la crítica que se haga al Gobierno deberá ser sólida. Si no, más que bulos son troles en el fango.

El único relato del Gobierno es el de los científicos que dependen al final de las decisiones del Ejecutivo porque así se impone su oficialidad. Su única verdad sin disidencia o crítica por el comodín de lo científico. Ellos, los hunos y los hotros, están al margen de la realidad en busca de la bula del Gobierno después de la pandemia.

Todo empieza y termina en palabras. Gana quien impone su vocabulario, el que logra que las palabras signifiquen lo que él quiere y puedan ser utilizadas como armas”, relata el difunto -y ya añorado- José María Calleja en su último libro. En esto consiste.