Hoy toca grupos de WhatsApp. Como casi todo el mundo, tengo varios. El primero, el más antiguo, es con mi grupo de amigas: se llama Wapas. El más reciente es con un grupo de amigos/colegas de trabajo, y lo bautizamos como Agapimú (inspirado en la canción que cantan Ana Belén y Ojete Calor, búsquenlo en Youtube, te pone de buen humor). Entre ambos territorios, el de gente de confianza, pertenezco a numerosos grupos quiera o no. Y no me salgo de unos cuantos especialmente insoportables porque WhatsApp avisa cuando te vas, y no quiero quedar mal. Por cierto, ¿soy la única que cree que deberías poder irte a la francesa, sin dejar huella?

En fin, que como estamos todos en casa y nos aburrimos, en esta cuarentena he tenido ocasión de recibir avalanchas de mensajes, deseados o no, incluso algunos de esos bulos que son tan mitológicos como un unicornio. Porque hace poco, el periodista Alberto Olmos reflexionaba en Twitter sobre lo mucho que se habla de los bulos, y sobre que él no había visto tantos. Y es cierto, si lo piensan bien. No hemos visto tantos. Unos son muy burdos y se ven de lejos, y otros son más sutiles y, ya que estamos en una realidad digna de 'Cuentos asombrosos', resulta fácil caer. Así que digo lo que he dicho a menudo: nunca antes había sido tan fácil acceder a la información, y WhatsApp, aunque haya quien se asombre, NO es información.

Es muy fácil; cuando alguien diga: Me lo ha dicho fulanito, que es de toda confianza, seguro que es un bulo. Incluso si lo dice Donald Trump. Porque, aunque no se lo crean, este se preguntó si beber desinfectante funcionaría, y hubo gente que lo probó. Selección natural, lo llamó un amigo mío. Infórmense en fuentes fiables, digo yo.

*Periodista