He renunciado a utilizar los servicios de mi centro de salud. Para empezar, porque hay que reservar cita telemática, y luego la hora es estimativa, y te pueden llamar de nueve a dos. Y no puedo pasarme la mañana en casa, sin ir a trabajar. Porque en el centro de salud figura mi teléfono fijo desde hace 30 años, y si quiero cambiarlo por el móvil, lo que me facilitaría la tarea de que el médico me localizara en cualquier lugar, en el centro de salud me dicen que tengo que ir en persona. Y si vas en persona para cambiar un número de teléfono, estás muchísimo tiempo en la cola, junto con muchas personas, sobre todo mayores, que no se manejan en internet y que tienen que hacer las gestiones presenciales.

Así que el otro día me subí a un taxi a duras penas, y al decirle al taxista que la espalda me estaba matando, me recomendó ir al centro de salud. Ja, ja, le dije, y le expliqué todo lo anterior, y el hombre se hacía cruces.

Esta es una de las tontas incoherencias burocráticas que rodean al sistema de salud, que dificultan la atención de los pacientes y el trabajo de sus profesionales. Porque a la gente nos pasan otras cosas que no son pillar el covid, y la asistencia primaria es fundamental para prevenir de manera temprana. Toda la vida hemos presumido del sistema sanitario que tiene España, mientras votábamos a políticos que se empeñaban en recortarlo y privatizarlo. Hemos reducido personal, hemos recortado servicios, hemos formado personal médico para luego mandarlo al paro o a encadenar trabajos precarios.

Es verdad que la pandemia no es culpa de nadie, pero deberíamos ser conscientes de que las decisiones que uno toma en las urnas, siempre tienen consecuencias. Siempre.