Han pasado algo más de tres años desde que el movimiento MeToo resultó ser una revolución abierta para romper el silencio de aquellas mujeres que habían sufrido algún tipo de agresión sexual. Entonces supuso un punto de inflexión para denunciar, para atreverse a sacar a la luz actos vergonzosos que habían permanecido ocultos. Esto dio lugar a enfatizar movimientos reivindicativos que hicieron visible hechos deplorables cuyas víctimas habían sido mujeres. Víctimas que sigue habiendo y que, por mucho que nos manifestemos y denunciemos, las agresiones y las muertes se siguen produciendo. Si miramos a otros países como Méjico, el feminicidio llega a cotas de matanza. ¿Cómo es posible que ningún otro país, ni organismos internacionales intervengan para evitar estos crímenes? Si algún día desaparece esta tragedia y se conmemoran efemérides de tal deplorable hazaña, será una vergüenza para nuestra memoria histórica. ¡Malos tiempos para la lírica feminista! Por mucho que nos esforcemos en hacernos visibles, en denunciar, en utilizar lenguaje inclusivo, que a veces roza la parodia y que deberíamos evitar, discursos que se quedan vacíos a los pocos minutos de haberlos pronunciando; si todo esto no está sirviendo para nada, y no creo que sea pesimismo sino una percepción de la realidad, quizá tengamos que desviarnos de la linde que nos lleva al no lugar y acceder a espacios donde nuestra presencia, por derecho, nos corresponde. Conseguirlo solo será posible si nuestro empeño se basa en nuestra independencia y en nuestra formación.

El arte, la cultura, el conocimiento son grandes catalizadores que ayudan a conseguir cambios de manera fundamental, ayudando a una mayor adaptabilidad integradora hacia nuevas modalidades de liderazgo. Para ello hay que llegar a puestos políticos y profesionales igual que nuestros compañeros, para dejar de ser sombras que solo dan relieve. Averiguar cuáles son las causas que impiden que seamos visibles, sería empezar a formar una base legítima que nos ayudaría a formar plataformas reivindicativas, involucrando a nuestros congéneres, sin ellos, sin esa complicidad, la lucha será infructuosa.

Con la llegada del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, como cada año, las manifestaciones tendrán presencia en las calles, en los medios informativos y en las salas de exposiciones. El arte, en todas sus disciplinas, siempre ha sido un medio de divulgación estratégico, pero la excesiva información banal en la redes de comunicación, incluidas las cadenas de televisión, nos lleva ventaja en cuanto a su repercusión. Y no será porque no tengamos ofertas mejores donde deleitarnos con espectáculos, lecturas, conferencias, exposiciones. Las salas de las instituciones, por ejemplo, están, estos días, al completo con las obras de numerosos artistas, incluso diría que cumplen sobradamente la paridad; es una integración que nos favorece a todos, por eso al programar exposiciones colectivas de mujeres con intención solo de género, se cae en la evaporización del propósito. El artivismo, del que soy partidaria por muchas razones, si se realiza con implicaciones de todos, tiene mucha mayor convicción y persuasión. Aislarnos, como si fuéramos especie aparte, es andar con una garantía de desigualdad. La normalización nos lleva a la integración y al respeto. Al menos debería ser así.

*Pintora y profesora