La justicia debería ser una preocupación medular pero lo es accesoria. "De belleza y talle virginal, mirada severa e imponente, los ojos muy abiertos, revestida de dignidad y de una tristeza ni recatada ni retadora, sino que inspira simplemente, respeto". Así describía a la justicia un filósofo griego; después a la justicia se le añadieron como solemnes atributos, la espada y la balanza: una, para revestirla de la autoridad armada que la justicia requiere y la otra, para aludir a la equidad, compañera inseparable. Leo que fue en la Edad Media cuando la espada y la balanza se reunieron cómo expresiones de la justicia distributiva y de la conmutativa; se estaba lejos entonces, de las hirientes palabras del Martín Fierro de la Pampa: "es señora la justicia y anda en ancas del más pillo".

La venda sobre los ojos de la justicia resulta que se la pusieron en época posterior y que no se sabe si fue, aludiendo al buen juez que falla sin fijarse en las personas de los contendientes o si fue una iniciativa irónica de alguien que quiso burlarse o escarnecer a los hacedores del Derecho, porque administrar justicia a ojos cerrados se opone a cualquier empleo racional de la espada y la balanza y recuerda la historia del juez de Rabelais que "hacía justicia" echando los dados: grandes si el asunto era importante y pequeños en otro caso.

La imaginería del artista o del bufón ofrecen distintos modos de ver la justicia pero lo mismo que sucede con la religión; la verdad de lo que se representa no está en la figura sino en ideas ciertamente inefables y que solo consiguen expresarse por aproximación- remota.

Pero, ¿es posible la justicia? ¡Qué pregunta!. Claro que es posible aunque nadie sepa bien de qué manera. La justicia y su obra el derecho (no el derecho y su obra la justicia), nos deja una impresión, como de obra siempre imperfecta y nunca acabada. ¿Es la justicia una frustración constante? Es una obra humana siempre desfalleciente y siempre susceptible de perfección y por todo eso, siempre también, insatisfactoria. Aspiramos a la justicia pero lo que encontramos no es lo que buscamos. Es difícil ejercer cotidianamente, la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo suyo, incluidos los que apenas disfrutaron de algo y además, hemos arrinconado a la justicia suponiendo que es oficio de pocos.

El juez que fuera luego San Ivo estimó la demanda de un avaro rico que exigía ser indemnizado por un vecino porque se lucraba con los aromas de la cocina del demandante. San Ivo que debía ser un humorista, estimó su demanda y obligó al vecino a que indemnizara al rico con una moneda de oro y cuando el airado perdedor arrojó la moneda y el rico pretendía apropiársela, el juez se lo impidió, advirtiéndole que tenía bastante con oir el sonido del metal lo mismo que el vecino había tenido que conformarse con el olor del estofado.

Hacer justicia o no hacerla nos concierne a todos, no solo a los jueces y demás poderes públicos; uno cree que el gobierno, cualquier gobierno para precisar más, no manifiesta excesivo interés por la justicia y se deja llevar más fácilmente por la ansiedad de hacer otras cosas útiles, justas o no justas. Al gobierno, a cualquier gobierno, lo que más le preocupa es "la justicia de masas", que amenacen con constituirse en multitudes protestantes; los simples individuos tienen menos audiencia. Los gobiernos si saben protegerse de la justicia y de los que se le quejan. A la justicia la predisponen para que no se tome prisa, dotándola de medios de subsistencia, no de desarrollo y a los agraviados les dicen magnánimamente que "si no están de acuerdo pueden recurrir", añadiendo por lo bajo: "bastante penitencia tendrán".

Alcanzar la justicia sería algo así como tocar el horizonte o cómo si el médico aspirase a la inmortalidad corpórea de sus clientes. El poder político siempre encuentra pretextos decía Fernández Florez, para que la justicia acabe siendo un guardia más a sus órdenes. Debe bastarnos saber que la justicia está viva malgré tout , algo de lo que dudaba un magistrado de nuestra vieja Audiencia al que más de una vez le escuché decir que la indumentaria negra de toga y corbata la empleábamos jueces y letrados, porque estamos de luto permanente por la justicia. Claro que cómo vamos prescindiendo de esas prendas, podríamos acostumbrarnos sin querer, por supuesto, a olvidar que la justicia existe y que lo que falta es que exista más visiblemente.

Buscamos la Justicia pero no la encontraremos si no es empezando por hallarla y cultivarla dentro de nosotros pero suele atraernos más nuestro derecho que la Justicia de todos. Cómo glosaba D´Ors, "no sabemos partir el pan".