La última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas, cocinada o en bruto, ha generado chorros de tinta por la convulsión política que representa la irrupción de Podemos en la primera línea de preferencia electoral de los españoles. En un primer análisis, el golpe al bipartidismo de las elecciones europeas era solo el ariete de un cambio más profundo. Se dibuja un escenario supuestamente tripartidista, con la formación de Pablo Iglesias convidada al mismo nivel que PP y PSOE en el reparto electoral. Pero... ¿en España es posible el tripartidismo?

El informe del CIS constata que el castigo a las políticas de Mariano Rajoy va a más y que los socialistas no terminan de recoger las simpatías negadas al PP, pese a la sustitución en la secretaria general de Alfredo Pérez Rubalcaba por Pedro Sánchez. Penetrando hasta los tuétanos de la encuesta, el suspenso al Gobierno es general, pues una mayoría muy cualificada, de entre el 75% y el 80% de los encuestados, considera que la situación económica y política de España está igual o peor que en el 2013 y, lo que es más significativo, entiende que dentro de un año no habrá mejorado. El suspenso al Gobierno es generalizado, con notas de escándalo para ministros tan impopulares como José Ignacio Wert. Las cuestiones puramente políticas, en las que solo se puede incidir desde España y no desde estamentos internacionales como es el caso de la crisis económica, aparecen como preocupaciones principales (corrupción, partidos...). Con estos datos no es de extrañar que el PP solo tenga asegurado el apoyo de poco más del 11% de los ciudadanos (voto directo), por debajo del primer partido de la oposición e incluso de Podemos.

No está claro que el hechizo que irradia el nuevo partido, del que aún se esperan cúpula directiva, bases territoriales organizadas, programa definido, tenga unos efectos electorales tan claros. El bipartidismo español no solo es electoral, sino circunscripcional. El reparto multipartito solo es posible en las provincias muy pobladas, con un número elevado de diputados asignados, y no así en los pequeños territorios, con dos, tres o cuatro escaños asignados. Incluso en una circunscripción mediana, como Zaragoza, obtener más de un diputado es complicadísimo. Un buen ejemplo de ello lo tenemos en las elecciones generales de 1993, en las que la tercera fuerza en discordia, el PAR, obtuvo más del 20% de los votos emitidos y solo un escaño, exactamente la misma representación que había obtenido cuatro años antes justo con la mitad de las papeletas.

También se da un fenómeno a tener muy en cuenta respecto de la utilidad territorial del voto, que se traduce en el importante impacto que consiguen fuerzas nacionalistas capaces de convertirse en primera o segunda fuerza política en sus ámbitos. Siguiendo con ejemplo de 1993, el PAR obtuvo en los tres territorios aragoneses 140.000 apoyos y un diputado, mientras que Coalición Canaria consiguió 200.000 votos y nada menos que cuatro representantes.

Como quedó demostrado en la década de los 80, en el momento en el que un gran partido pasa a ser el tercero en discordia, tiende a la irrelevancia. Salvando las distancias, le ocurrió a la UCD de Adolfo Suárez devenida en CDS. Mantuvo un número significativo de apoyos, con cerca de dos millones de votos en el año 1986 y 19 diputados, pero se diluyó como un azucarillo porque su papel no era determinante en una política de alianzas, amén de su propia descomposición interna.

PP y PSOE deberían pensar en ello porque con la ley d'Hont y el reparto circunscripcional español el tripartidismo es posible solo en las encuestas o, en todo caso, por un tiempo limitado en las instituciones. Se consolarán pensando una hipotética evanescencia del fenómeno Podemos, lleno de puntos débiles sobre los que percutir (populismo, radicalismo, falsa ambigüedad, en definitiva)... Pero ese es un análisis alicorto e insuficiente para dos partidos que han gobernado alternativamente España desde hace más de 30 años.

La verdadera enseñanza que deberían sacar del último estudio del CIS es que el importante voto de castigo a los partidos en el Gobierno no hace más que crecer desde el crack del 2007. Zapatero no acertaba en las recetas para aplacar los impactos de la crisis económica y financiera y lo acabó pagando, arrastrando al PSOE a sus niveles de apoyo y simpatía más bajos. A Rajoy le ocurre algo parecido respecto de sus vacuas fórmulas para limpiar el sistema de corrupción y malas prácticas. Si no es capaz de entender que cada vez hay más gente que espontáneamente, algunos incluso por quedar bien, está dispuesta a votar a Podemos como fórmula de castigo, no hará más que caer.

Detrás de la encuesta del CIS se esconden polarizaciones políticas que van mucho más allá del clásico eje izquierda/derecha. Hoy, los vectores del debate tienen también que ver con lo nuevo y lo viejo, o con una dualidad élite-ciudadanía que sustituyen a los clásicos modelos de confrontación de clases.