La demostración de fuerza de Vladimir Putin en Crimea es un desafío en toda regla a Kiev y a quienes han apoyado la revuelta del Maidán, es decir, a Occidente. Si algo tiene claro el presidente ruso es la necesidad de mantener su influencia en lo que llama el "extranjero cercano", la cadena de países hoy soberanos que tiene Rusia en su frontera y que antes pertenecían a la Unión Soviética. La revuelta de Ucrania amenaza esta influencia, además de servir de ejemplo a los movimientos prodemocráticos dentro de la propia Rusia. El tráfico de tropas, el control de las fuerzas dependientes de Moscú en Crimea, plantean una situación muy delicada y peligrosa que requiere mantener la cabeza muy fría. Por el contrario, desde las capitales europeas, la OTAN, la Unión Europea y Washington ha habido mucha gesticulación transformada luego en titulares alarmistas anunciadores de guerra, en sus vertientes caliente o fría. Ciertamente, la acción rusa en Crimea infringe la ley internacional, pero a Putin le preocupa bien poco cuando los mismos países que denuncian dicha ilegalidad son los que se lanzaron a invasiones como la de Irak o Afganistán sin los avales necesarios. Putin, que ya se adueñó de Abjasia, Osetia y creó la ficción de Transnistria arrebatándole un pedazo a Moldavia, sabe que quienes tanto protestan ahora, nada hicieron en aquellas ocasiones. Entonces, como ahora, Putin se arrogaba el derecho a proteger a la población de habla rusa en una versión particular de la doctrina de la Responsabilidad de Proteger (R2P), que en realidad conculca el orden internacional. El líder del Kremlin sabe, además, que Occidente le necesita si quiere cerrar otros conflictos abiertos, como la guerra de Siria o el contencioso nuclear con Irán.

PRESIONES

Las opciones que tiene Occidente son las de presionar, ya sea mediante sanciones o con el aislamiento de Rusia en foros como el G-8 como ya avisó el presidente Barack Obama en su larga conversación telefónica con Putin. Sin embargo, el objeto del conflicto, Ucrania, es un país demasiado grande y demasiado importante. Por ello, cualquier solución debe incorporar a la misma Rusia. Y también hay que asegurar que Ucrania no caiga en provocaciones. Ni el FMI ni la UE van a prestar a Kiev la ayuda económica que necesita desesperadamente sin una cierta estabilidad.