El 11 de septiembre de 1966, Julio Cortázar publicó en el periódico argentino La Gaceta un texto titulado Acerca de la manera de viajar de Atenas al Cabo Sunion. Ese mismo inclasificable texto aparece recopilado un año después, en uno de sus libros, La vuelta al día en ochenta mundos.

Cortázar utiliza la pequeña excursión griega de apenas setenta kilómetros, como excusa para escenificar los engaños de la memoria. Justo antes de empezar a hablar del viaje, señala: «... jamás deberíamos hablar de nuestra memoria, porque si algo tiene es que no es nuestra, trabaja por su cuenta, nos ayuda engañándonos o quizá nos engaña para ayudarnos; ...»

Al autor de Rayuela le gustaban por igual el jazz, el boxeo, los puros habanos, los largos discursos de Fidel Castro y los juegos de palabras. Aficionado también a los milagros literarios, Cortázar logra varios con este pequeño texto:

El primero es un milagro clásico, un milagro por multiplicación, y consiste en que quien narra un viaje a un tercero convierte su viaje en tres: el que él mismo hizo, el que reproduce con palabras al contarlo, rescatándolo así de su memoria; y el que su escuchante hará después, siguiendo (o ignorando) sus instrucciones.

El segundo milagro añade un viaje más, se trata del viaje a Cabo Sunion que Cortázar contará, a su regreso a París, y en el que misteriosamente se impondrán las imágenes evocadas por el primer informador en la mente del escritor, sobre las reales vistas y vividas después por él mismo.

El tercer milagro literario del ya «San Julio Cortázar» es el de sembrar en la memoria de sus lectores un topónimo mítico que ha perdurado en la mía hasta hoy, cuando me dispongo yo mismo a cubrir la escasa distancia que separa Atenas del Cabo Sunion, y comprobar la extrema inestabilidad de esa materia inasible de la que están hechos los recuerdos.

Cuando al final de este verano llegue a Cabo Sunion y busque la inscripción que Lord Byron hizo de su nombre en una de las columnas del templo de Poseidón, estaré vanamente añadiendo memoria a la memoria, medio siglo después de que Julio Cortázar convirtiera en un mito literario el nombre de ese pequeño accidente geográfico griego, famoso entre los turistas por sus espectaculares puestas de sol.

Mirando al mar que lleva su nombre, contaré a quien me acompañe que, desde ese mismo lugar, el rey Egeo se arrojo a sus aguas, desesperado al contemplar la negrura de las velas del barco en el que regresaba su hijo Teseo tras el combate contra el Minotauro. El erróneo color de esas velas significaba derrota y muerte, cuando lo ocurrido era todo lo contrario y el desmemoriado Teseo regresaba victorioso y «simplemente» había olvidado izar las acordadas velas blancas que anunciaban la liberación de Atenas del yugo cretense. Con ese relato, mil veces repetido, estaré añadiendo memoria a la memoria e interpretación al mito y estaré rindiendo tributo al milagroso arte de contar y así multiplicar la realidad. El hilo de la enamorada Ariadna seguirá manteniendo su eficacia, no sólo para ayudar a Teseo a superar la prueba del laberinto, sino también para hacer que el significado profundo de los mitos regrese una y otra vez a su terreno de juego natural, la literatura.

El tiempo pasa, los recuerdos se acumulan y la memoria crece, pero nada cambia en realidad. Hace siglos, padres que fueron míticos reyes se arrojaban a las azules aguas para perpetuar su nombre, dando nombre a un mar doméstico. Hoy mismo, hijos que sobreviven naturalmente a sus padres se dejan seducir por la memoria, el mito y la literatura, a cambio de la precaria recompensa de una ayuda que resulta ser un engaño o de un embuste que les ayuda a seguir adelante.

La inscripción de Lord Byron permanece en su lugar, sostenida por insaciables turistas y tan inamovible como el propio templo de Poseidón; el sol sigue poniéndose cada día por el mismo lugar en Cabo Sunion, el jazz goza de una salud excelente, el boxeo está en franca decadencia, Fidel Castro dejó hace tiempo de pronunciar sus larguísimos discursos, fumar puros es tan anómalo como desayunarse con café y tabaco negros, y los juegos de palabras han sido desplazados por los videojuegos.

Mientras tanto, quienes guardamos recuerdo de Julio Cortázar nos engañamos haciendo como que luchamos contra las polillas del olvido, sabedores de que aunque aceptemos la ayuda de pensar que hemos ganado alguna batalla, la guerra de la memoria está perdida de antemano.

*Escritor