En marzo de 1982, el estreno de Desaparecido, de Costa-Gavras, causó un tremendo impacto en Estados Unidos. El presidente Ronald Reagan ordenó que se negara con contundencia y en todos los frentes la acusación directa del filme, que implicaba a la CIA y al Gobierno estadounidense en el asesinato del escritor y periodista norteamericano Charlie Horman al comienzo de la dictadura de Augusto Pinochet, en septiembre de 1973. Horman, afincado en Chile, descubrió que su país había participado activamente en el golpe contra el Gobierno de Salvador Allende. «La Marina me encargó un trabajito y ya está hecho», le confiesa en la película, con pasmosa complicidad, un siniestro militar de Texas. En octubre de 1999 lo que era un clamor se convirtió en realidad. Unos documentos desclasificados revelaban que, en el mejor de los casos, la CIA intervino para promover el asesinato de Horman y, en el peor, que lo ejecutó directamente. Ya para entonces las demandas de la familia de la víctima contra Richard Nixon, Henry Kissinger y otros se habían archivado.

Hace unas pocas fechas se ha desvelado con más detalle el protagonismo de estos dos angelitos, Nixon y Kissinger, en aquel salvaje episodio. Órdenes expresas para destruir a Allende, amigables conversaciones con el repugnante general Pinochet y apoyo económico y militar para consolidar la dictadura son algunas conclusiones de los más de 20.000 documentos desclasificados.

Kissinger, que al cierre de esta edición aún sigue vivo, era un ángel de la muerte en innumerables frentes del planeta. Por ironías de la Historia, recibió el Nobel de la Paz justo en diciembre de 1973, cuando miles de sus cadáveres seguían desaparecidos o sin identificar.