Quiero dejar claro desde el comienzo que lo que conozco acerca de la tesis doctoral del presidente del gobierno es lo que han publicado la práctica totalidad de los medios de comunicación y las declaraciones realizadas por el señor Pedro Sánchez. A su vez, también quiero dejar claro que estoy convencido de que la calidad científica de dicha tesis doctoral no es mejor ni peor que el promedio de las tesis doctorales que se han leído en España durante los últimos veinte o treinta años en todas y cada una de las universidades, al menos dentro del ámbito de las ciencias sociales (no me atrevo a opinar del ámbito conocido como «ciencias exactas» porque lo desconozco). A continuación expongo los argumentos en que me baso para haber supuesto que los aspectos negativos de la tesis del actual presidente del gobierno son típicos en un sistema universitario como el español.

Por regla general, la calidad de una tesis doctoral depende fundamentalmente de estos tres factores: de la competencia y rigurosidad intelectual del doctorando, de la preparación de la persona que la dirige y del rigor de los tribunales que tienen que evaluarla. Por razones obvias, solo me voy a referir a los dos últimos factores, ya que son los que tienen la potestad de controlar la competencia y la rigurosidad intelectual de los doctorandos y doctorandas.

En nuestro país no es necesario que la persona que dirija una tesis doctoral pertenezca a la misma área de conocimiento donde se encuadra cada tesis, ni tampoco se le exige que haya publicado en revistas científicas de impacto artículos relacionados con el tema de la tesis. Por lo tanto, es muy posible que quien dirige una tesis doctoral sea un analfabeto funcional en el objeto de la investigación. Por otra parte, lo más corriente suele ser que el doctorando, o la doctoranda, no elija a su director de tesis por su sabiduría y su especialización en el tema objeto de la investigación, sino por la amistad o por la mayor accesibilidad que se supone a un determinado grupo de docentes universitarios (generalmente, suelen ser quienes exigen menos en sus evaluaciones y quienes se comportan como colegas de los estudiantes). A su vez, también es muy frecuente encontrar ciertos docentes que se ofrecen a dirigir tesis con el único objetivo de engordar su currículum o para conseguir que le aprueben algún sexenio de investigación, que es lo mismo que decir lograr un aumento del salario mensual hasta la jubilación. Obviamente, esos factores son los que permiten que abunden las tesis doctorales de una calidad científica tan escasa como la del señor Pedro Sánchez y que lo excepcional sea que, de tarde en tarde, existan tesis de calidad y de impacto científico.

Por otra parte, con unos criterios como los que rigen actualmente para la configuración de los tribunales, lo normal es que los doctorandos se limiten a esforzarse lo menos posible sabiendo que, independientemente de la calidad de la tesis, al final recibirán el famoso cum laude (como en todos los órdenes de la vida, hay honrosas excepciones). Según la vigente legislación, el nombramiento de esos tribunales pasa por una serie de filtros burocráticos para dar la impresión de que no se nombra a cualquier miembro así como así. Sin embargo, de hecho, es el director, o la directora, de la tesis quien controla a todos los miembros. Y, como es lógico, busca a colegas con los que posee bastante amistad, o a quienes le deben otros favores (hoy por mí y mañana por ti). Lo de menos es que sean expertos en el tema objeto de estudio o que, al menos, pertenezcan a la misma área de conocimiento en la que se encuadra la investigación realizada. De facto, los dos únicos criterios de elegibilidad son: a) que se fíen de la honradez de la persona que ha dirigido la tesis y que, por lo tanto, ni siquiera lean el trabajo, o que si lo leen sea a través de lo que se conoce como «lectura en diagonal»; b) que el director, o la directora, tenga la práctica seguridad de que los miembros del tribunal concederán a la tesis la máxima calificación posible, incluido por supuesto el cum laude. Es cierto que a veces (muy pocas, por desgracia) hay algún miembro del tribunal que se salta alguno de esos dos criterios implícitos y esa es la razón de que haya un mínimo tanto por ciento de casos en que las tesis no reciben la calificación máxima. La consecuencia más desgarradora de esa triste situación es que en muchas de las universidades más prestigiosas del mundo ya no reconocen académicamente a los títulos de doctorado españoles.

Yo esperaba que el tremendo revuelo que ha causado la tesis doctoral del presidente del gobierno sirviera para que la sociedad tomara conciencia de que es necesaria una reforma radical de la normativa universitaria. Sin embargo, viendo las declaraciones que han hecho los rectores, el cómplice silencio de las asociaciones de docentes universitarios y el cainismo partidista de una buena parte de los medios de comunicación, mucho me temo que todo continuará como hasta ahora.

*Catedrático jubilado.

Universidad de Zaragoza