La dura frase del título de este artículo se escuchó en las Cortes de Aragón, en la sesión de control al Gobierno del viernes pasado, y se pronunció a voz en grito mientras otros muchos parlamentarios, en el mismo hemiciclo, gritaban todo tipo de improperios contra los de enfrente. Un auténtico cruce verbal casi irreproducible porque era vertiginoso y soez viniendo de las bocas de los que venían. Decían de todo menos «señoría». Un día antes, la presidenta de las Cortes de Aragón, Violeta Barba, tuvo que llamar al orden al Pleno porque en un tema tan sensible como la custodia compartida se insultaba más que se dialogaba: «Piensen ustedes qué sucedería si algún menor viera o escuchara las alusiones que se hacen en estas sesiones plenarias», fue la reprimenda de la autoridad. No le faltaba razón.

Y es que cualquier Parlamento o lugar de debate político debe ser vivo y se disfruta con las palabras vehementes de quienes protagonizan las discusiones, pero nunca se debe caer en el insulto. Muchas veces se ha dicho que en España se echan de menos las sesiones parlamentarias que con bastante rutina vemos por televisión en el Parlamento británico y es verdad. Eso es el parlamentarismo y es bueno que se debata con ardor pero todo dentro de una política que debe ser útil, ejemplar y educada. Ver la cantidad de insultos que aparecieron esta misma semana en la sesión del Senado de control al Gobierno de Pedro Sánchez debería sonrrojar a casi todos los políticos. El portavoz del PP en la Cámara Alta, Ignacio Cosidó, lanzó una serie de improperios y hasta insultó al presidente del Ejecutivo («traidor, incompetente», y mejor no seguir) en un ejercicio que no debería ser propio de unos parlamentarios que, se les supone, saben debatir con un mínimo de educación. En el Congreso de los Diputados se escucha más de lo mismo.

La solución no es pensar que las cámaras legislativas nacionales y regionales se van a cerrar muy pronto por las convocatorias electorales y este nivel de agresividad verbal se zanjará. Más que nada porque en los mítines, debates y tertulias televisivas y radiofónicas y en cualquier otro foro, unos y otros van a continuar con sus dardos en un ejercicio no se sabe muy bien de qué.

Es por eso por lo que hay que intentar rebajar la tensión. En los últimos meses cualquier excusa es buena para lanzar dardos envenenados de uno a otro lado del espectro político y lo que hay que hacer es contrastar pareceres, ideas, proyectos, pero dentro de un orden y un respeto mutuo. Son muchas las veces que los políticos, fundamentalmente aquellos que ejercen labores de gobierno, solicitan a los medios de comunicación que seamos responsables, que ejerzamos correctamente nuestra tarea para no alterar a colectivos, grupos o instituciones que pudieran tener reacciones sonadas. Ahora, esa llamada a la responsabilidad hay que hacérsela a los políticos. Que debatan, si, que expresen con brío sus opiniones, pero que la dureza verbal (que muchas veces también es más propio de la clá que de los que hablan) no empañe ningún argumento.

La calle está muy tensa. Es un hecho. Estos debates malsonantes lo que hacen es trasladar una mayor crispación a los ciudadanos y eso no conviene a nadie. Primero porque el territorio necesita seguir avanzando y para eso no hay nada peor que tensionar a la sociedad. No se da pie con bolo. Y segundo porque estamos ante dos fechas electorales claves para nuestro país y nuestra comunidad. En un momento en que los españoles tienen muy en entredicho a los políticos (sobre todo a los de siempre, a los que llevan mucho tiempo en el ejercicio de esta función) a los votantes les repele cualquier rifirrafe entre estos políticos, sean gobernantes o estén en la oposición. Y eso es alimento para todas aquellas formaciones (sobre todo una) que se quieren engordar diciendo que hasta ahora se han hecho las cosas muy mal por parte de todos.

Si no se quiere alimentar a los que se consideran elementos que pueden llegar a distorsionar nuestra convivencia, si no queremos que sean los que decidan en qué dirección debe de caminar una institución, una ciudad, una comunidad o un país, hay que exigir templanza y buenas artes. Los malos momentos los puede tener cualquiera cuando menos se lo espera uno. Pero una actuación continuada en el tiempo, que solo lleva después a tener que pedir excusas y perdones, puede ser tremendamente decisiva.

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