El ministro del Interior, Angel Acebes, y el ministro portavoz del gobierno, Eduardo Zaplana, acaban de compartir una de esas reacciones que denigran el ejercicio de la política, convirtiéndola en la calle mayor de un pueblo del oeste, y despojándola de cualquier atisbo de autoridad y rigor.

Ambos, de común acuerdo, obedeciendo a una de esas consignas internas que los capataces del partido les van suministrando en campaña, igual que los terrones de azúcar con que se reanima el cansino galope de las cabalgaduras alejadas aún de la siguiente posta, han coincidido en felicitar a Josep Lluis Carod-Rovira por el hecho de que ETA planease atentar en Madrid, y no en Barcelona, en Cataluña, respetando de esta manera la supuesta tregua que el líder de Esquerra Republicana habría pactado con los sioux de la reserva vasca.

Lo han hecho, deliberadamente, a sabiendas de que así contribuirían a enrarecer la opinión pública, y a dar alas a la capacidad de la banda, y para explotar una presunta mina electoral y presentarse ficticiamente ante el electorado como los únicos garantes de la ley en el far-west de las autonomías.

Lo han hecho ignorando a conciencia que la lucha contra el terrorismo no es ni puede ser patrimonio de un único sheriff , de un partido político, ni renta de un sólo gobierno, sino el conjunto, con sus luces y sombras, de un proceso histórico en el que están comprometidos, en primer lugar, las fuerzas y cuerpos de seguridad, y, amparando su trabajo, el bloque de partidos democráticos que combate este letal y desarrollado cáncer.

Porque no es el ciudadano Angel Acebes quien, pertrechado cual comando o geo, o encabezando el Séptimo de Caballería, da el alto en las carreteras secundarias a furgonetas cargadas de dinamita; ni es el ciudadano Zaplana quien se infiltra en la organización, jugándose la vida para salvar otras muchas. No son ellos, los políticos, los ministros del PP, quienes practican las detenciones, instruyen la investigación, sorprenden a nuevos cómplices en las redadas nocturnas.

Son ellos, en todo caso, los políticos, los ministros, quienes, merced a su relativa ineficacia, siguen permitiendo que la banda criminal, lejos de estar acabada, tenga todavía poder para volar un tren en Nochebuena, o un periódico en la capital, o un cuartel de la Guardia Civil en cualquier punto de España (a excepción, dice Acebes, de Cataluña). Porque, aunque la intercepción puntual de una furgoneta-bomba sea un éxito, la simple evidencia de su operatividad viene a revelar un antiguo y renovado fracaso.

Puede que la demonización de Carod-Rovira, por parte del gobierno, obtenga réditos electorales para el partido de Rajoy en los próximos comicios, pero, por lo que a Cataluña se refiere, el resultado será muy distinto, y contrario a las tesis de Aznar. Esquerra, bajo esa presión, crecerá, formará grupo y será decisiva en la conformación de gobiernos.

Lejos de aprender de sus propios errores en el País Vasco, el PP exporta ahora su modelo represivo -el mismo con que ha muñido el trasvase- a la Cataluña de Maragall. Pan, o agua, para hoy, y hambre para mañana en el rancho de Aznar.

*Escritor y periodista