Por fuerza tiene Aragón que ser diferente, pues su ritmo político e institucional es distinto al que se marca en Madrid.

Veamos algunos ejemplos de ese distinto discurrir. Hasta la frontera del Ebro, por ejemplo, apenas ha llegado la bronca que en las últimas dos semanas ha dividido, como a través de una barrera de fuego y humo (más humo que fuego, la verdad) al PSOE y al PP. En nuestra comunidad, socialistas y populares no se han tirado los trastos por cuestiones de golpes de Estado, de atentados islamistas, de conflictos eclesiásticos, o de cualquier otro tema de candente y polémica actualidad. Tal vez porque nuestros líderes asumen el papel periférico que les asigna su propio radio de acción, o porque no consideran que de su competencia, siquiera a nivel teórico, dependan asuntos como las peripecias de Chávez, los amagos de Fidel Castro, las estrategias de Bush o las protestas de Rouco Varela sobre las últimas decisiones gubernamentales en materia de ayudas a la financiación de la Iglesia.

Más ejemplos. Gustavo Alcalde, por ejemplo, el refrendado presidente del PP-Aragón, podría haber aprovechado el impulso gaseoso de su reelección interna para exhibir su programa de gobierno, fustigar al equipo gubernamental y ratificarse como la alternativa autonómica que pretende encarnar, pero sus mensajes, una vez clausurado el Congreso regional, se limitaron a intentar apagar el rescoldos de las divisiones, protestas y veleidades que han venido nublando su discutido liderazgo.

Tampoco, es cierto, tiene mucho donde hincar el diente. Los presupuestos generales del Estado han terminado por incluir buena parte de las inversiones exigidas. Se acaba de firmar un protocolo financiero para la Expo y, en vísperas de la elección de sede, la cumbre hispano--francesa a celebrar en Zaragoza va a suponer un hito histórico que como tal nos dará pote y difusión, y es de imaginar que más de una estructural alegría.

En otras palabras, que a la alianza que gobierna el Pignatelli, el viento le sopla relativamente a favor.

Ni el PSOE de Iglesias ni el PAR de Biel han protagonizado escándalos mayúsculos. No hay corrupción, al menos que se sepa, y los niveles de gestión aparentan mantenerse en parámetros aceptables, aunque se echen en falta mayores dosis de imaginación y riesgo. Poco a poco, las campañas de Pla--Za, con su progresivo asentamiento industrial, de la Expo, de Dinópolis, Walqa y otras empresas públicas han ido conformando una cierta imagen en el exterior, la de una comunidad práctica y equilibrada que apuesta poco, pero que cuando lo hace es porque tiene todas las cartas en la mano, y serias posibilidades de que los proyectos emprendidos salgan adelante.

Tampoco el PSOE o el PAR tienen mayor motivo para criticar a un Partido Popular que no acaba de invertir su tendencia a establecerse como segunda fuerza. O a un referente electoral, Alcalde, que acaba de librar a Juan Alberto Belloch de un adversario tan correoso como José Atarés, y que volverá a presentarse como candidato a la Diputación General abanderando, entre otras reformas y promesas, el trasvase. Unos y otros discurren con placidez hacia las vacaciones navideñas.

*Escritor y periodista