Creo que, a estas alturas, está suficientemente claro que la famosa crisis es una espléndida coartada para el auténtico objetivo, que no es otro que el cambio de modelo social en España y en Europa. Si analizamos con detenimiento los discursos públicos podremos observar que lo importante no es lo que explicitan, la crisis económica, sino lo que no dicen en el discurso pero lo hacen todos los días, las modificaciones-recortes en el modelo social habido hasta ahora. La sociedad asiste al espectáculo con una resignación propia de quien ha interiorizado que no hay alternativa posible a lo que nuestros mandatarios están haciendo.

Pero sí que hay alternativa, difícil pero posible. Es más, la única postura digna en las actuales circunstancias es la rebelión contra el aniquilamiento de lo público que está teniendo lugar. Las claves de la alternativa no pueden ser ajenas a las organizaciones políticas y sindicales. Pero estas dignísimas e imprescindibles organizaciones hay que renovarlas radicalmente. Voy a fijarme hoy no tanto en su estructura organizacional como en el ejercicio que hacen cuando llegan a las instituciones. Porque no hay que olvidar que lo que realmente incide en la vida de los ciudadanos son los actos de las instituciones y no los discursos de los políticos. Y, sin embargo, no oigo nunca a los partidos decir cómo ejercerán sus mandatos si llegan al poder. Sí que hablan de lo que harán... si pueden o si las leyes lo permiten o si las instituciones lo posibilitan. Muchos políticos llegan a las instituciones y siguen discurseando como si no estuvieran ya en el momento de aterrizar y traducir en actos, normas y resultados sus discursos anteriores. Sus fracasos en las instituciones frecuentemente los achacan al Secretario, Interventor o funcionarios en general, que "no colaboran en el logro de los objetivos políticos". Pero lo que realmente sucede es que esos objetivos políticos no existen o no están bien formulados o bien secuenciados o bien programados.

Estoy hablando de la transformación de las instituciones españolas, del cambio que debe operar en su interior para que todas las excrecencias y corrupciones conocidas al rebufo de la crisis se conviertan, si no en imposibles al menos en excepcionales. Para ello hay que examinar dos vectores. Uno externo, el castigo de las leyes a los infractores y corruptos, que debe ser rápido y ejemplar, tanto por parte de los organismos judiciales y penales como por parte de las propias organizaciones a las que pertenecen. Y otro interno, el cambio político-técnico que debe darse al interior de las instituciones para que desde ellas se alcance con eficacia y eficiencia los objetivos previstos para la mejora de la sociedad y sus ciudadanos. Ambos vectores son imprescindibles, el primero para que la falta o delito de los cargos públicos nunca quede impune o salga excesivamente barato. Y el segundo, el más importante, porque sin una institución con visión estratégica que camine hacia el futuro desde parámetros socialmente avanzados, no hay posibilidad de desarrollo social.

Para conseguir este cambio o transformación institucional son más importantes los líderes institucionales que los orgánicos. Todo es necesario, movimientos sociales y partidos, pero la estrategia y el rigor institucional son imprescindibles si se quiere traducir la política en acción transformadora para la sociedad y los ciudadanos. Es curioso que tras 35 años de orden constitucional, no existe un modelo de Estado ni de autonomía ni de ayuntamiento. Curiosamente, el momento más "modélico" y planificado es el actual por su eficacia y eficiencia en la consecución de sus objetivos (nefastos, por cierto).

Los ciudadanos son la razón de ser de sus representantes políticos, especialmente en el caso de los concejales y alcaldes. Esta idea debe ser interiorizada y permanentemente revisada en su cumplimiento. Pero también hay que saber que la gestión institucional requiere de una gestión profesionalizada y compuesta por políticos y técnicos. La interrelación de ambos debe ser estrecha y cordial. Los dos sectores deben hacer confluir sus capacidades y dedicación en el logro de los objetivos políticos de la institución. Y el mejor instrumento para ello es la planificación estratégica de la institución, que no es otra cosa que la conexión inteligente del presente que tenemos con el futuro que añoramos. Y esto es válido tanto si gobiernas como si estás en la oposición. Porque la oposición pertenece dialécticamente al gobierno de la institución, ya que es la responsable de exigir a sus rivales políticos el cumplimientos de su programa, y no tanto la descalificación permanente. Profesor de filosofía