Todas la instituciones establecidas están ahí como los edificios, porque lo suyo es estar. Los hombres pasan; pero las instituciones quedan mientras haya quien las habite, como los prejuicios y las costumbres que protegen de la intemperie a quienes temen la libertad. Algunas se reforman para no cambiar o cambian los muebles para renovarse, pero siguen siendo inmuebles...reformados, como los albergues convertidos en paradores y las casas de pueblo en casas rurales. Por más que se reformen estas viejas instituciones apenas sirven a la vida que se hace al andar.

Distanciados de la naturaleza, desterrados, vivir es hoy para nosotros en general viajar: salir o caminar con una planta de los pies en tierra y otra en el aire hacia lo desconocido. O también, por desgracia, dejarse llevar por otros sobre ruedas como paquete no por nada sino para consumir todo lo que queda del pasado hasta la simiente de la última cosecha. Vivir es salir de uno mismo para desvivirse con otros y por otros, o sobrevivir simplemente muriendo hasta acabar con todo. Salir para entrar en la historia como actor responsable, o dejarse llevar sin salir de sí mismo como un muerto viviente.

Fundar un mundo nuevo sería fundar nuevas instituciones. Pero hoy el reto no es estar y acomodarse en otro mundo, sino entrar en la historia para vivir en ella responsablemente en cada situación. Es andar sin detenerse en los hechos consumados: porque "la realidad es la que es", como dicen los conservadores que se enrocan en ella "aunque no les guste" (!) Ni salirse volando por las ramas como algunos progresistas de salón. No es cargar con el pasado para que siga lo que ya fue, sino salir de él para que sea lo que pudo haber sido: una justicia pendiente todavía para las víctimas que se quedaron en la cuneta y una paz para todos salvando las diferencias, que "para eso hemos sido esperados sobre la tierra" (W. Benjamín).

La institución de la Iglesia, como todas, es de este mundo. No es por supuesto el Reino de Dios, nunca lo ha sido,ni siquiera la cristiandad que hace a los cristianos --una virtud-- sino acaso la que hizo y la que hace que dejen de serlo: un régimen. La iglesia en cambio como acontecimiento, la iglesia viva, se entiende a sí misma como reunión de los que responden a la convocatoria del Evangelio. O constitución de un pueblo animado solo por la fuerza del mensaje y del espíritu de Cristo que sopla donde quiere. Para esa iglesia, el Evangelio no se impone ni se vende: se da libremente y se acepta libremente.

Su fe no es fe en la fe, que eso es fanatismo. Y si eso fuera valdría igual que otra para salir de dudas y estar al abrigo de cualquier decisión. Los crédulos necesitan creer, sin duda alguna, y se arriman al sol que más calienta. Y los "clérigos" de cualquier institución, escuela, partido o profesionales, funcionarios, maestros o administradores de todas las "iglesias" establecidas, necesitan parroquianos o clientes para llenarlas.

Pero los creyentes necesitan coraje. Y los ciudadanos también. Y un cambio de mentalidad para afrontar el futuro, porque la paciencia de soportar el pasado tiene un límite y así --perdida toda esperanza-- no se avanza. Y eso, más que ir, es desandar, reducir el horizonte y regresar al agujero de donde salimos.

Solo si salimos todos nos encontraremos en el camino salvando las diferencias en busca de una verdad, la Verdad, que nadie tiene en el bolsillo. Y veremos caer poco a poco de una en una --aunque el proceso de aprendizaje sea muy lento-- las fronteras físicas y mentales que nos separan, a la par que se despeja y se abre el horizonte que a todos nos comprende.

Los griegos llamaban "metanoia" al cambio de mentalidad, una palabra que en la biblia latina se tradujo por "penitencia" o "conversión", mejor, aunque en ambos casos se ha perdido en la traducción lo que me interesa subrayar. La mentalidad es el modo de pensar y sentir, la manera de ser, la forma que determina y afecta a cuanto recibimos del exterior. En este sentido Adorno se refirió a la "personalidad autoritaria" que predispone al individuo a aceptar y adoptar creencias y a rechazar a todos y a todo cuanto las contradiga. Como decían los escolásticos, "todo lo que se recibe es recibido según la forma del recipiente". Una mentalidad autoritaria convierte lo que piensa en conceptos indiscutibles, cerrados y rotundos como el puño; mientras que una mentalidad abierta es tolerante, escucha a los demás y tiende la mano a todo el que quiera escucharle. Lo difícil no es cambiar las ideas, lo difícil es cambiar la mentalidad.

Después de un año de la elección del Papa, celebro que Francisco siga caminando. No todos comparten sus ideas, yo tampoco, pero eso no quita seguir el mismo camino. Filósofo