La buena noticia es que, como pasó con la concentración ultraespañolista en la plaza de Colón de Madrid, la huelga general convocada por los secesionistas catalanes ha acabado en pinchazo. Lo cual tal vez quiera decir (¡ojalá!) que mucha gente, aquí y allá, se está hartando de la actual situación y de que los más extremistas y descerebrados de cada parte lleven la dirección política del conflicto territorial y de todos los demás.

Pero hay un problema de fondo: el trazo grueso, la retórica de enfrentamiento total y la multiplicación de las mentiras evidentes (pero que acaban calando en un sector de la opinión pública a puro de machacar en las redes y en algunos medios) ha generado en la política española una serie de desdichados caminos sin retorno. Cuando se discursea en términos cada vez más expresionistas y radicales, llega un momento en que retroceder a posiciones razonables se hace imposible. Quienes han conformado su criterio empapados de propaganda unidireccional no admiten que los mismos líderes que les prometieron todo, les ofrezcan soluciones de compromiso. De eso se sabe mucho en el independentismo catalán. Y ahora, idéntico fenómeno se da en las derechas hispanas. No admitirán, por ejemplo, nada que no sea una durísima condena a los líderes del procés. Por eso ya rechazan los análisis de periodistas y juristas que, a la vista de cómo va el juicio en el Supremo, advierten de las dificultades que encuentra la Fiscalía a la hora de probar la rebelión o de la total inconsistencia profesional del letrado y dirigente de Vox personado como acusación popular.

Mientras, la locura tiene, día sí y día no, sus momentos de gloria. El escrache a Errejón por parte de unos jóvenes del Frente Obrero (grupuscular plataforma montada por el fantasmal y estalinista Partido Marxista-Leninista) ha sido difundido y celebrado por los conservadores como si las recriminaciones de cuatro paleocomunistas alucinados (de nuevo salió a relucir la palabra ¡traición!) tuviesen alguna importancia. Este es el carnaval protagonizado por los sin complejos. Demencial.