Poco a poco, al Gobierno se le van abriendo las costuras de ese traje a medida que Rajoy y lo suyos siempre creyeron ignífugo, pero lleva camino de convertirse en un esmirriado camisón de hospital de esos que lo dejan todo a la vista. El mayor descosido sigue siendo la corrupción, claro, pero no hay semana que no aparezca un costurón, ya sea interno (los pensionistas han dicho basta) o externo (Europa ha afeado a España que carezca de una institución independiente que luche contra el racismo). Todo ello, a incluir la misma lista donde aparecen el paro, la brecha salarial (inolvidable «No nos metamos en eso») o las políticas sobre inmigración irregular y refugiados, por ejemplo.

Otro jirón de tamaño considerable lo encontramos en la ciencia. Poco ha importado que en los últimos años la innovación y la investigación hayan sido prioritarias para los países más desarrollados de nuestro entorno. Aquí la inversión en I+D+i es de las más bajas de Europa, donde el aumento ha sido de un 25% de promedio, y desde el 2009 en algunos países como Alemania de un 35%. España presenta en ese periodo un -36% (según COSCE). Ni siquiera hemos recuperado el nivel anterior a la crisis, que ya de por sí ni se acercaba al de la media europea (Fundación COTEC). En términos porcentuales, si en el 2009 alcanzamos nuestro récord, 1,64% del PIB; en el 2016 la partida descendió hasta el 1,19%, muy lejos del 2,3%, media comunitaria sobre la que existe un objetivo de compromiso.

Pero no se vayan todavía, que aún hay más. Solo entre 2010 y 2015 nuestro país dejó escapar al extranjero a 12.000 investigadores, según el Observatorio para la Investigación e Innovación de la Comisión Europea. La Federación de Jóvenes Investigadores (FJI) estima que desde el inicio de la crisis se han perdido 30.000 investigadores, donde un buen número de ellos simplemente han tenido que abandonar, todo ello con la consiguiente pérdida de competitividad y merma de patentes en un sector tan crucial y estratégico.

En cuanto al futuro, tampoco se cumplen las tasas de reposición previstas por la Ley de Ciencia del 2011, y los más jóvenes «altamente cualificados» (unos 50.000) siguen a la espera de un estatuto digno que Economía debería haber puesto en marcha en el 2013. Conclusión: aparecemos en el puesto 34 (y retrocediendo) en competitividad y somos penúltimos de la UE en aprovechar el capital humano. Es aquello del España va bien, pero al revés. H *Periodista