A mí las elecciones me encantan, y no solo por las vidas que costó el derecho al voto. Os digo más, entiendo el artículo de la Constitución donde se expresa que los partidos políticos son el vehículo por el que la voluntad popular se sienta en el parlamento. No me importa repetir el tópico de que una jornada electoral es la fiesta de la democracia. Ese día me endomingo, me emociono ante el sacramento de ver mi papeleta entrar en la urna y paso de una cadena a otra hasta que no queda información.

Lo que no soporto son las campañas. Han conseguido que las aborrezca más que a Eurovisión. Qué mente sádica asesora a los políticos, quién les convence de que ese sonsonete desde la megafonía de una furgoneta puede cambiar nuestra intención. Los candidatos multiplicados y colgados de las farolas, el buzón repleto de propaganda que va al reciclaje. Que el gasto de un partido en campaña está limitado por ley, y no sé cómo lo multiplican. Tantos millones para contar nada.

PORQUE mensaje no veo en esos eslóganes vacíos. La frase dudosamente ingeniosa de un asesor, pronunciada por un candidato sobreactuado se cuela en los informativos ocupando el tiempo proporcional a sus escaños. Insultos, acusaciones, simplezas. Todo vale, excepto explicar de manera didáctica, no digo un programa, sino una propuesta articulada con cierta sintaxis. De programas incumplidos ya hablaremos, que esta primavera va a dar de sí. Aun sabiendo que nuestros representantes gozan de irresponsabilidad, que pueden prometer una cosa y dar la contraria, no sé, me gustaría dedicar las campañas a conversar, discutir y escuchar.

¿Habrá algún partido valiente que se comprometa a abstenerse de insultar y vociferar? ¿Alguno se animará a enviar a los militantes de los que presume a cada barrio a cada pueblo? No tiene por qué hacerse de forma artesanal, se pueden aprovechar las tecnologías. Me gustan los debates televisados, radiados, me gustan los artículos en los periódicos, entrevistas realizadas por nosotros, los electores. Aprovechemos el WhatsApp, Facebook, email, usemos la mesa de café, las cenas, los encuentros.

Me gustaría tanto que alguien se comprometieran por las personas, no hace falta que sea ante notario. Que los programas fuesen, si no escrituras sagradas, al menos documentos serios. Quisiera que durante dos semanas no me trataran como a un imbécil.

*Escritor y profesor Universidad de Zaragoza