El ministro Illa dio la campanada de fin de año aceptando su candidatura a presidente de la Generalitat. La oposición dio la cencerrada. Hay muchas diferencias entre una campana y un cencerro y en consecuencia entre un campanero y un adicto al cencerro. Las campanas han jugado un papel importante a lo largo de la Historia en la vida de los ciudadanos. Todavía hoy esperamos sus sonidos para el rito de fin de año y comienzo del siguiente. Hay conciertos de campanas interpretados por especialistas. Lo de la cencerrada es otra cosa. También, es cierto, algunos se esfuerzan en que sea un instrumento musical, pero siempre como secundario por su sonido monótono y poco lucido. Los independentistas catalanes dieron la cencerrada en cuanto se enteraron, muestra evidente de que Illa será un buen candidato que puede atraer el apoyo de quien desee para Cataluña la sensatez, la serenidad, la experiencia en la gestión en situaciones difíciles y un proyecto de convivencia que supere heridas viejas y nuevas. Illa ha sido un magnífico ministro de Sanidad y es un político ejemplar por su templanza, prudencia y paciencia. Paciente más que el Santo Job, porque lleva aguantando cencerradas toda la pandemia sin casi inmutarse. La más ruidosa de la cencerrada desde Madrid anuncia que ella ya sabía, ya. Que ella estaba segura de que el Ministerio no era más que un paso hacia la Generalitat, lo que convertiría a Illa en un masoquista porque gestionar la pandemia no es plato de gusto y aguantarla a ella es tarea sólo para los campeones del autocontrol e Illa lo es. Perdemos a un gran ministro, sin duda. Pero Cataluña sigue siendo un problema digno del empeño de los mejores. E Iceta ha dado un ejemplo de generosidad. Otro político sensato con vocación de servicio público que no podemos perder. Porque de esta especie, la verdad, no abundan mucho. H