Sin duda, el merecido triunfador en la gran noche del cine español fue Jesús Vidal, premio Goya al mejor actor revelación, quien tras recibir el galardón incluyó tres notas trascendentales en sus palabras de agradecimiento: inclusión, diversidad, visibilidad. Resulta muy difícil abarcar en su breve alegato tan amplio testimonio de valores humanos y compañerismo, tan alejados de la vulgar frivolidad que parece encandilar a la muchedumbre más tosca. Jesús hizo gala de una gran sensibilidad y sincera humildad, que no puede enmascarar su tenacidad y fuerza de voluntad encomiable, fruto también de una educación en la que sus padres, a quienes recordó emotivamente en su declaración, han tenido un notable protagonismo. La imaginación se queda corta para describir los obstáculos a superar y barreras a derribar para que una persona con diversidad funcional alcance sus objetivos vitales. Eso hay que vivirlo, hay que experimentarlo en piel propia; tampoco son frecuentes los reconocimientos públicos a una labor callada y diligente, que suele permanecer a la sombra de lisonjeros desfiles y de palabras grandilocuentes; de esa contaminación y corrupción tan bien reflejada en la otra película destacada esa misma noche, El reino. Pero si nuestro lado oscuro está tan plagado de mugrientas oquedades como necesitado de luz, de tanto en tanto es inundado por una fulgurante irradiación como la que Jesús y la película Campeones emanaron durante esa noche fascinante. Frente a la pesadilla que los hombres de bien han padecido durante los últimos y austeros años, se abre una ventana a la esperanza; se impone lo mejor de la naturaleza humana por encima de nuestras flaquezas y errores. Lo que de verdad triunfó en la mundanal Gala de los Goya fue la fe en la Humanidad. H *Escritora