Para los lectores de varias generaciones el balón prisionero, ahora renombrado como dash ball, era el juego con el que se llenaba el tiempo de los recreos. Parecía un entretenimiento inocente destinado a desbravarnos hasta la siguiente clase, pero desvelaba nuestras inquinas internas y la necesidad de aceptación por el grupo.

Salíamos a jugar a muerte, te colocabas en la línea blanca con la pelota en la mano, mirada desafiante y la intención de reventar al contrario. A los que se mataba rápido por no ser suficientemente valientes o inconscientes para soportar esa tralla continua, el equipo los repudiaba y eran los últimos en volver a ser elegidos. Se notaba en ellos el caminar de la derrota hacia la esquina del patio. Los que se protegían para no salir muy damnificados y calculaban los daños a medio plazo eran inútiles para ese juego como en el patio en el que se ha convertido la política estatal.

Las nuevas portavoces elegidas para esta legislatura, que nace herida en el Congreso, son excelentes jugadoras de balón prisionero. En distinta medida, Cayetana Álvarez de Todelo, Inés Arrimadas, Irene Montero o Adriana Lastra, forman parte del premio a la política de la provocación. Hablan desde la tribuna arrojando el discurso a la cara del otro, saliendo a demostrar su valentía y la defensa férrea de su grupo. Buscando tanto el aplauso de los suyos, que ya resulta irritante para el espectador, como la reacción airada del adversario.

La institución más democrática de nuestro sistema, donde se debería practicar la deliberación y la toma de acuerdos, se ha convertido en sus momentos más estelares en parte de una programación en busca de audiencia y titulares. La ansiada transversalidad de la que solo da señales en los últimos días el PNV, y de manera intermitente ERC, parece incapaz de abrirse camino en una política nacional cada vez más sectaria, inmediata y llena de ocurrencias.

La política de bandos deja un panorama de campo quemado, incluso dentro de los propios partidos. Los que no están dispuestos a reproducir este talante son apartados en el mejor de los casos, cuando no purgados directamente porque no resultan útiles para la estrategia de provocación y adhesión malentendida al líder. Nos precipitamos hacia la quiebra del modelo de convivencia y a ninguno parece importarle lo suficiente. Sería un bonito desplante al futuro que no nos dejáramos arrastrar y siguiéramos con lo nuestro.