La política hidráulica del nuevo gobierno ha satisfecho a mucha gente, especialmente a los aragoneses, pero no así a los políticos valencianos.

Su presidente, Francisco Camps, que va de duro, tiene, un día sí y otro también, palabras críticas para el plan alternativo de Cristina Narbona. Medio Ambiente ha ofrecido al eje levantino una más que generosa e inmediata intervención pública para paliar las escaseces y sequías de su huerta, mas, en lugar de agradecer esa actitud, todo en la Generalitat son tracas y malos modos.

El plan B de Zapatero deroga el trasvase y sustituye su caudal por una serie de intervenciones de carácter urgente. Hasta una veintena de desaladoras se instalarán en la costa, desde Barcelona a Almería, a fin de abastecer ciudades y campos en una proporción similar a la que lo hubiera hecho el fenecido trasvase.

Dichas plantas se financiarán con fondos europeos, pero también con panoja nacional, con nuestros impuestos. A partir del mismo esquema, mitad y mitad, se acometerán los costes de los nuevos embalses y obras hidráulicas que murcianos, cartageneros, almerienses o catalanes estiman imprescindibles para no ver agostados sus recursos. En total, hablando en cristiano, varios miles de millones de euros.

A pesar de esa lluvia de dinero, con la que, hace cuatro días, cuando palmó las elecciones, no podía ni soñar, el presidente Camps está enfadado. No cree en el plan B. Dice que las desaladoras contaminan, que encarecen, y que no hay nada como una buena tubería y un buen gestor privado para repartir el agua debida. Nada, en el fondo, como un buen trasvase, al que el Partido Popular no ha renunciado en absoluto. Dice Camps que ellos, los valencianos, con su Consell de federaciones de regantes, no necesitan que cuatro ecologistas vayan a enseñarles la nueva cultura del agua, porque la suya cuenta ya más de mil años, y ahí está. Dice Camps que todo esto, las derogaciones, las desaladoras, las cosas de Narbona obedecen a un convoluto con los nacionalismos secesionistas, que soportan al PSOE. Dice Camps que el agua del Ebro les pertenece por derecho propio, y, sosteniéndola, nunca enmendándola, se compromete a no renunciar a ella.

Sin embargo, ya van a ver cómo dentro de poco, a medida que avanza el plan B, sin bajar la guardia, sin cesar en sus reclamaciones y críticas contra Aragón y ZP, el señor Camps, como buen fenicio, pondrá la mano, y no, precisamente, en el fuego. Narbona hará remangarse al director general de Aguas, Juan López Martos, para que calme el levante a golpe de inversiones. Le hará las obras prometidas, pero tendrá que seguir soportando periódicas reclamaciones de nuevos trasvases.

El PP-Aragón, cuyo triste papel en todo este conflicto ha servido para medir la verdadera capacidad de sus líderes, debería, tiempo atrás, haber abierto la puerta a una solución alternativa, tal como el plan B de ZP, que gusta en Europa. Pero su pertinaz silencio ha contribuido a endurecer la posición de Rajoy, trasvasista, aún, y a dar bríos y vuelos a su buen amigo Camps.

Quien, por honestidad, y consecuencia, debiera renunciar al plan B, a sus caudales y euros.

Pero no lo hará.

*Escritor y periodista