Cuenta el director Siddiq Barmak en su película Osama una horripilante historia, basada en hechos reales, donde a una niña de doce años le toca vivir una amarga y oscura pesadilla durante la peor época del régimen de los talibanes en Afganistán: entre otros muchos trances amargos, tiene que hacerse pasar por un niño (Osama) para poder ir a la escuela y tener una mínima oportunidad de supervivencia sin demasiada indignidad.

Es posible que el espectador del film interprete el horror de esta tragedia como un hecho excepcional, ajeno a su entorno y su cultura. Ciertamente, a pesar de las 76 mujeres asesinadas por sus maridos y sus compañeros en España, el grado de sometimiento y humillación alcanzado hace unos años en Afganistán no tiene parangón con lo existente en nuestro país y en buena parte del mundo occidental. Sin embargo, estamos muy lejos de poder sentirnos satisfechos a este respecto.

En efecto, se está produciendo un fenómeno en nuestra sociedad, quizá imperceptible para muchos, pero no por ello menos preocupante: sin incurrir en excesivas generalizaciones, mientras las mujeres van avanzando lentamente desde hace muchos años en la consolidación de sus derechos y libertades, un buen número de hombres, guiados por la ley de la inercia, permanecen quietos y, por consiguiente, como el tiempo y la historia nunca se detienen, se encuentran también en franco retroceso. Aún peor, esos hombres no se enteran del retraso antropológico en que se hallan e incluso se atreven a despreciar lo que ignoran.

COMO BOTON de muestra, en el Concurso de Relatos Breves de El Periódico del Estudiante , cada año se constata que la mayor parte de los premios se los llevan las chicas. Todo un síntoma. Lejos de ser fruto de la casualidad, en no pocos casos los chicos recurren al tópico de que las chicas son mejor tratadas sólo por ser chicas, además de al jolgorio, al chiste fácil y a despejar a corner semejante patata caliente. Quizá debido a tener que afrontar dificultades desconocidas para los hombres, las mujeres han avanzado no poco en sus planteamientos, reivindicaciones y propuestas de vida. Se constata en muchas de ellas un considerable grado de sensibilidad, conciencia personal y social, así como también de esfuerzo por alcanzar lo que desean. Algunos hombres, en cambio, con otro ritmo, otras necesidades, otra conciencia, están quedando rezagados, anclados en planteamientos y posturas social e históricamente desfasadas.

Sería lamentable que, para hacer valer sus derechos como persona y como mujer, una chica se viese tentada o forzada a camuflarse con pautas y esquemas que no considera suyos, pero le valen para abrirse paso en el inhóspito mundo de la competencia, tan a menudo regida por la ley del más fuerte. A la niña afgana de la película la descubren como niña por sus dificultades en subir y bajar de un árbol; es decir, un criterio no precisamente de cultura, racionalidad y progreso. La educación debería buscar ante todo que cada uno, mujer u hombre, descubriese por sí mismo su camino y su horizonte de profesionalidad, de ciudadanía y de libertad, sin tener que recurrir al cultivo del camuflaje.

DE HECHO, el mayor fracaso personal consistiría en el encubrimiento de uno mismo para poder ocupar un lugar en el grupo. Así, tener que enmascarar lo más genuino de uno mismo en aras de la dictadura del troglodita, los supuestos valores del troglodita, la fuerza bruta del troglodita supone el lamentable regreso al reinado de la imposición, de la máscara, del camuflaje. En otras palabras, de la mentira.

No vamos por buen camino. En algunos casos están apareciendo unos hombres que son maestros del camuflaje. Obligan a disfrazarse a la mujer, a la vez que se van desfigurando a sí mismos, aunque no sean conscientes de ello.

Ciertamente, hay también hombres respetuosos, colaboradores y partidarios de la libertad y de la igualdad sin restricciones. Quizá a ellos y a sus compañeras les corresponda, en la actualidad o dentro de unos años, cuando lleguen a padres, profesores o colegas, construir una sociedad y un mundo habitado por personas cabales, libres e iguales. De nada servirán los grandes avances tecnológicos en una sociedad supertecnificada si no se progresa paralelamente en libertad, igualdad, derechos humanos y libertades cívicas.

Ahí radica principalmente la esperanza de un mundo mejor, sin camuflajes ni trogloditas.

*Profesor de Filosofía