Carmen Calvo se reunió con el secretario de Estado de la Santa Sede. Entre otros temas, trataron sobre el destino de los restos de Franco. En las fotos del encuentro se plasma a una mujer con sobrio traje chaqueta negro y blusa verde con encaje y un hombre con vestido negro, botonadura roja de pies a cabeza, amplia faja roja, capa negra y un casquete rojo.

Curiosamente, a ciertos periodistas no les llamó la atención el atuendo de él, sino que vieron en el pecho de la vicepresidenta un espacio para derramar sus vómitos machistas. El diario El Mundo dice que la ministra lucía «canalillo y encajes».

En la tertulia de Carlos Herrera en la COPE leyeron un tuit: «El inenarrable atuendo con el que Carmen Calvo fue de visita al Vaticano: encaje con transparencias. El valle de las caídas». Y risas. Risas sonoras, exageradas. Risas de macho satisfecho con su desprecio. Risas que, de tan extemporáneas, suenan a ocaso.

Es ilustrativo que esos señores saborearan burlas sexuales para tratar un encuentro en el que también se abordó la pederastia en la Iglesia. ¿Para qué hablar de lo que esconden algunas sotanas lustrosas cuando podemos burlarnos de la piel de una mujer?

No lo duden, Herrera y compañía, a todas se nos caerán las tetas. Pero más estruendosa será su caída del pedestal de los machirulos. Si bajan el volumen de sus risas, oirán cómo se resquebraja.

*Escritora