El 2 de febrero es para los cristianos el día en que se conmemora la Presentación de Jesús en el templo de Jerusalén; una celebración que antiguamente también se conoció con el nombre griego de «Hypapante» (Encuentro), pero también como el de la Purificación de María, ahora comúnmente conocido como el día de la Candelaria. Sin embargo, las cuatro denominaciones constituyen un armónico todo. Y es que según la ley de Moisés, la mujer judía que daba a luz un hijo varón quedaba impura durante 40 días (80 si era una niña). De manera que al final de ese tiempo, debía presentar a su hijo en al templo y ofrecer un cordero como sacrificio de purificación.

Cumplido con el rito, y cuando la Virgen, el Niño y San José bajaban del templo, se encontraron con dos ancianos (de ahí el nombre de fiesta del Encuentro), llamados Ana y Simeón. Este último, cogió a Jesús en sus brazos y dijo que ya podía morir en paz, porque había visto con sus ojos al Salvador, la luz que había de alumbrar a todas las naciones. Pasaje este último que explica por qué el 2 de febrero, el de la Presentación de Jesús, es también conocido con el nombre del día de la Candelaria (la llama que alumbra) en cuya celebración los fieles congregados participaban, como ahora, en una procesión portando candelas encendidas -imagen del cirio Pascual anunciando al Cristo resucitado- que son posteriormente bendecidas por el sacerdote.

En los albores del cristianismo esta celebración tenía lugar el 15 de febrero (cuarenta días después de Reyes). Una fecha interesante por cuanto en ese mismo día, Roma celebraba la «Lupercalia», fiesta de la purificación del territorio y de la fecundidad. A partir del siglo VI la Iglesia trasladó la fiesta de la Candelaria al 2 de febrero (transcurridos cuarenta días desde la Navidad), cerrando con ella el ciclo iniciado el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción.

Por su parte, el pueblo celta también celebraba, llegado el 1 de febrero, la fiesta del «Imbolc» para la purificación de tierras y ganados; una manifestación que cerraba el ciclo iniciado en «Samaín» (31 de octubre y 1 de noviembre -nuestro día de Todos los Santos-) y abría las puertas a uno nuevo, hasta el comienzo de la primavera.

De otro lado, febrero fue durante la Roma antigua el mes consagrado a la purificación de las fronteras del imperio (fiesta «Terminalia», el día 23) e incluso de los difuntos (en su honor se celebraban las «Feralia» entre los días 13 y 21 de este mes). De ahí que muy probablemente febrero derive su nombre de Februo, dios etrusco de la muerte y de la purificación, identificado posteriormente por los romanos con Plutón, dios del inframundo y raptor de la diosa Proserpina, base sobre la que se sustentó el mito del cíclico renacer de la primavera. En la celebración de su fiesta («Februalia»), hombres y mujeres salían por la noche al bosque portando flameros y antorchas, al encuentro de la raptada hija de Ceres (de donde deriva la palabra cereal) diosa de la agricultura.

Así mismo, el propio nombre del mes (febrero) es sinónimo de purificación, puesto que proviene del sustantivo latino «februum»: instrumentos rituales de purificación que eran utilizados por los romanos en sus cultos sagrados; y del verbo «februare», con el significado de expiar, purificar.

Y volviendo a nuestra fiesta de la Candelaria, cabe indicar que su nombre deriva del latino «candere» (brillar por su blancura), siendo el blanco símbolo de virginidad, pureza e inocencia (candidez); y al mismo tiempo “pureza” tiene su raíz en la palabra latina «purus», que a su vez deriva de la voz griega «pyr» (hoguera), términos todos ellos que ayudan a comprender cómo la fiesta de la Candelaria es para los cristianos la celebración de Jesús como la luz que disipa las tinieblas (la ignorancia) y alumbra nuestro camino hacia el amor y la verdad.