Mariano Rajoy llega al sprint final electoral afrontando una dificultad: no quiere/no puede desmarcarse explícitamente de la manera tensionante y personalista de hacer política que ha caracterizado a José María Aznar, pero le intenta lanzar a la opinión pública algunos mensajes para que ésta capte que quiere gobernar de otra manera. Y aporta un matiz añadido: desea dar garantías de que si llega a la Moncloa aplicará una filosofía económica continuista, pero al mismo tiempo sugiere que aportará su propio sello personal en las demás materias de la tarea gubernamental.

Ayer, en Barcelona, el candidato presidencial del PP hizo un esfuerzo para ser un poco más explícito que otras veces respecto a esto. Por ejemplo, lamentó las salidas de tono partidistas de las últimas semanas, incluyendo las del PP. Por ejemplo, prometió una mejor relación institucional si gana las elecciones. Por ejemplo, aún subrayando que no es partidario de retocar la Constitución y los Estatutos, se abrió a escuchar, dialogar e intentar negociar sobre ello. El guión general de la campaña del PP va por otro lado, pero Rajoy simplemente da pistas a los electores sobre cómo concibe el rajoísmo.