Desde aquel aciago 27 de marzo de 1970, cuando un convoy de cereales perdió sus frenos y arrolló el puente metálico de L’Estanguet, interrumpiéndose la comunicación ferroviaria con Francia, el ferrocarril y la estación internacional de Canfranc han sido objeto soñado de un contumaz imposible: la reanudación del tráfico y la consiguiente rehabilitación del edificio. La ilusión esperanzada del sentir aragonés ha caminado pareja con las expectativas frustradas, mientras que la energía y empuje derrochados en pro de la reapertura lo han hecho porfiando por superar un cúmulo de obstáculos presuntamente insalvables. Quedan ya lejanos los días en los que María Rosario de Parada publicó su obra sobre el Canfranc, cuyo subtítulo rezaba Una esperanza con futuro, abogando por lo que se consideraba una factible perspectiva de viabilidad. Sin embargo, desde entonces, todas las propuestas e iniciativas abordadas se han visto malogradas una tras otra, a la par que crecía el encanto romántico de la estación abandonada y su mítica aureola, vinculada con el oro nazi y el espionaje, protagonista de innumerables novelas, ensayos e incluso guiones cinematográficos. Sin embargo, casi medio siglo después del desastre y cuando ya pocos lo creían, aquella esperanza con futuro, lleva por fin trazas de convertirse en esplendorosa realidad. La completa rehabilitación del entorno de la estación no solo dispone de un proyecto consolidado y aprobado, sino que las obras ya se han iniciado; por su parte, también existe un claro interés en la vertiente gala, cuyos trenes llegan ya a Bedous, para restablecer el tráfico ferroviario bajo el Somport, en tanto que por parte de Adif también se trabaja en la mejora de una línea que ha sufrido demasiado tiempo las tribulaciones propias del sumo desamparo. H *Escritora