El inicio de las obras para recuperar la vieja estación internacional de Canfranc, urbanizar su entorno y dar nuevos pasos hacia la reapertura del tráfico con Francia es sin duda una magnífica noticia. Pero cuando acariciamos un sueño cargado de razón, bueno será advertir de que lograrlo en toda su plenitud será aún difícil y exigirá nuevos y mayores esfuerzos.

El actual Gobierno aragonés y en particular el consejero Soro, único representante de CHA en el Gabinete, han apostado fuerte por Canfranc. Lo han hecho con resolución y eficacia, sin limitarse a los habituales gestos de cara a la galería. Recuperar una línea transfronteriza que desde su inauguración en 1928 ha estado 42 años abierta y otros 48 interrumpida es un empeño ambicioso. El Canfranc fue hace 90 años una ilusión destinada a poner a Aragón en el mapa de Europa. Pero la naturaleza de un tendido ferroviario que ha de superar importantes desniveles y cerradas curvas de montaña lo dejó fuera de onda a partir de la segunda mitad del siglo XX. Su recuperación exigirá fijar muy bien sus futuros usos y sobre todo implicar a los estados francés y español.

Los retos pendientes no empañan el carácter histórico de la jornada de ayer, de esa primera piedra a partir de la cual llegarán los trabajos para rehabilitar la vieja y magnífica estación y el amplio espacio que la rodea. Estamos más cerca del final feliz.