Los profesionales sanitarios luchan contra la enfermedad, como muchos otros trabajadores, y la inmensa mayoría de la población respeta las órdenes del Gobierno para defender la salud de todos. Muchos están preocupados por sus seres queridos, tienen a familiares enfermos, han perdido a alguien y no han podido despedirlo. Hay una inquietud general por la economía; en muchos casos sufrimiento.

Hay problemas muy distintos, a todos nos afecta alguno. César Rendueles criticaba cómo se había ignorado a los niños en las medidas. Parece incluso que había algo de ánimo de revancha: por fin no molestarán. Ha podido tener consecuencias graves una cierta insensibilidad: como la enfermedad era más peligrosa para las personas de edad y con patologías previas, muchos le restaban importancia. También la emergencia facilita inquietantes ramalazos autoritarios.

Si miras desde fuera, como ha señalado Víctor Lapuente, o si observas relaciones cotidianas, ves un espíritu de unidad y solidaridad, que no debería excluir la crítica. Si miras los medios y las redes sociales, ves más polarización.

En el terreno del análisis ha sido llamativo. Durante semanas vimos cómo se minimizaba la amenaza. Había varios factores: un problema de imaginación, una tendencia a pensar que lo que no nos gusta no va a ocurrir, una desconexión geográfica y cultural con los países donde surgió el brote, falta de competencia, una especie de chulería que desdeña las precauciones como muestra de histerismo, o una cuestión de puro sex-appeal: entretiene más criticar a personas que hablar de un microorganismo. Pero lo más notable es que profesionales del análisis negaran o suavizaran la amenaza de un virus sin otro motivo que el posicionamiento político.

Fue un fallo más grave en la opinión que en la información. Entre los analistas que hablaron con acierto del asunto desde el principio están Mariano Gistaín y Ana Fuentes, el trabajo periodístico de Antonio Villarreal, Kiko Llaneras, Daniele Grasso, María Zuil y muchos otros está siendo admirable. Sabemos que el virus no tiene ideología pero podemos darle la que queramos: sirve para defender nuestra causa favorita. Uno puede afirmar que la crisis reivindica la socialdemocracia, la unidad nacional o la descentralización, la iniciativa privada o el impulso público. El virus confirma lo que yo pensaba de antemano: qué casualidad. Se habla del capitán a posteriori, pero el capitán a priori es más poderoso. Superado el primer momento de desconcierto, uno puede decidir que la pandemia reivindica sus ideas y desacredita la caricatura que ha trazado de su adversario. No es muy útil o riguroso, pero su familiaridad reconforta.

@gascondaniel