Llevamos unos días aplaudiendo con tanto esmero que las palmas ya están exhaustas. Las inversiones millonarias que recalarán en parte del territorio aragonés, con Zaragoza como principal foco atractivo de riqueza, es para estar satisfechos. No todos los días se anuncia la instalación del portento empresarial Becton Dickinson con miles de empleos, ni el aterrizaje de empresas del alcance de Amazon, Grupo Tönnies o BonÀrea.

¿Es esto suficiente en un mundo global, híper conectado y exageradamente competitivo? No, ni mucho menos. En el año 2020, por poner el último ejemplo publicado, Aragón solo fue capaz de captar 22,78 millones de euros de inversión extranjera. Es el 0,1% del resto del país situándonos en el antepenúltimo puesto.

Esta cifra publicada por el propio Gobierno de España, en un año de pandemia complicado en lo económico pero que ejemplifica una realidad, debería hacernos recapacitar sobre lo que entendemos por captar inversiones. Los anuncios de 2021 son una tendencia muy positiva, es cierto. Pero no podemos quedarnos ahí.

No debe contemplarse como un gasto excesivo la oficina de Aragón en Bruselas ni tener un equipo más nutrido en Aragón Exterior que presente nuestro potencial al mundo en ferias, certámenes o congresos. Es una de las mejores inversiones posibles en un presupuesto de 7.000 millones. La piedra del Aragón de dentro de 50 años.

En medio mundo se movilizan miles de millones de euros en inversiones que terminan fijando empleo, crecimiento poblacional y aumento de la riqueza. Y no solo sucede en los países más prósperos ni en las grandes ciudades. Es posible captar inversiones indias, árabes o rusas desde Cariñena, Almudévar o Caspe. O creer que Zaragoza puede ser líder de Europa en modelo de ciudad mediana.