Cinco millones de niños del tercer mundo mueren de hambre cada año mientras en España aumenta la obesidad entre los nuestros. Qué cifra tan espantosa que se lee y se olvida enseguida, sin hacernos ni una ligera idea de lo que significa ese drama. En occidente los niños (y los mayores, a los que imitan) se atiborran de grasas, de sobrealimentación, lloran y patalean cuando se les niega una chuchería.

¿Cómo podemos molestarnos por la creciente emigración si aquí, en comparación, vivimos en el mejor de los mundos? En Navidad, atacados por un sentido de la caridad a fecha fija, proliferan las campañas benefactoras de recogida de alimentos y de juguetes, pero los niños necesitan comer y jugar todo el año. Los millones de hambrientos del mundo llamarán cada vez con más fuerza e insistencia a las puertas del privilegiado occidente pidiendo las migajas que nos sobran (en Navidad, en las bodas y en todas las celebraciones se tira abundante comida) y los países seguirán defendiéndose con leyes restrictivas y poco humanitarias por miedo a perder su bienestar.

--Antonio Nadal Pería (Zaragoza) M