Hace ya tiempo que se conocía la posibilidad de que la propietaria de la térmica de Andorra, Endesa, decidiera el cierre de la mayor central española alimentada por carbón. Europa ponía límites, las fechas se iban acercando y la inversión necesaria para continuar con la actividad sostenible no estaba garantizada. El jueves pasado se conoció la noticia y, de repente, el futuro de la comarca turolense se vino abajo. Queda por delante la búsqueda de alternativas con cierta viabilidad que puedan compensar el desfonde económico y social que llevará aparejado el cese de la actividad minera y de producción eléctrica que alimenta más de 3.000 empleos. El escenario a corto plazo de las elecciones municipales y autonómicas está por ver si servirá como acicate para que los partidos políticos con mando en plaza mantengan la tensión en positivo con el horizonte de paliar los efectos perniciosos sobre la comarca o, por el contrario, entren en pulsos de rentabilidad electoral con acusaciones mutuas sobre las responsabilidades que han llevado a esta situación. El marco ya está delimitado, ahora falta introducir proyectos que sean capaces de regenerar la esperanza de forma acompasada con el desmantelamiento del sector. Y no hay mucho tiempo. No como en la reconversión de los vehículos de combustión, que tienen dos décadas para evolucionar hacia el eléctrico. Por cierto, al día siguiente de anunciar el cierre de Andorra, Endesa lanzó a bombo y platillo que inundará España de puntos de recarga eléctrica. Por lo visto, ahí sí que le salen las cuentas.

*Periodista