El cierre de la central térmica de Andorra supone un drama para el Bajo Aragón. Es una empresa que ha marcado la historia de las últimas décadas en las cuencas mineras, a las que transformó socioeconómicamente. Pero no conviene llevarse a engaño. Cuando se reclaman más inversiones públicas para garantizar el futuro de estas comarcas, es preciso recordar todo el dinero procedente de diferentes administraciones, y que tenía como objetivo garantizar el día después no solo de las minas, sino también de la central. Aragón ha recibido en los últimos 15 años 350 millones para infraestructuras y 76 para proyectos empresariales en las cuencas mineras. Y el nuevo plan del carbón para el periodo 2013-2018 prevé, en el ámbito estatal, 250 millones. No está claro cuántos llegarán a la comunidad. Pero lo que no se puede negar es que dinero público se ha puesto. Ahí están los polígonos industriales en todos los municipios, la mayoría de ellos vacíos; o la cementera de Andorra, que ni siquiera llegó a funcionar. No ha sido un problema de inversión, sino de planificación. La reconversión industrial no ha funcionado. Muchos de los proyectos impulsados se hicieron sin cabeza, para colmar las ansias de cada ayuntamiento y dejando de lado su viabilidad futura. El resultado está ahí: La despoblación ha proseguido y la dependencia de la térmica y de las minas ha persistido. El anuncio del cierre de la central pone a las cuencas mineras ante un abismo. Pero también destapa las vergüenzas de la fallida reconversión industrial.

*Periodista