Es lo que le dije a mi señora cuando me pilló en la cama leyendo el último best-seller de Ana Botella. Abrió la puerta bruscamente y no me dio tiempo a ocultarlo bajo las sábanas, pero encontré una justificación. Con lo que viene en los periódicos, gemí, es justo que un hombre se permita un poco de política-ficción. De momento funcionó, pero me ha dicho que no se repita.

Que no se entere ella, pero he sido feliz con Ana. Su espíritu verde pistacho inunda todas las líneas desde el sugerente título, Mis ocho años en la Moncloa. Hombre, un poco pesada sí que se pone con los atardeceres. En Doñana, en Menorca, en Moncloa, en Arán, qué perra con los atardeceres. Pero uno no puede permanecer ajeno a su emoción tras alcanzar la mayoría absoluta ("un día muy importante en la vida de mi marido"), o el amargo reproche que se hizo tras la boda de Anita ("aún la hubiera hecho más grande"), o la cena con los Blair donde su perspicacia analítica alcanza cotas sorprendentes ("son una familia").

Y hay una imagen impagable. Jose ha decidido por la tarde conquistar Perejil y Ana recuerda: "Nos acostamos tarde y rezamos por los soldados que tomarían la isla dos horas después". Los dos solos, arrodilladitos a los pies de la cama, rezando, Jesusito de mi vida. No lo dice por modestia, pero estoy seguro de que no se cambió de camisa hasta que vio ondear la bandera rojigualda sobre el peñasco y las cabras. Jesusito de mi vida, en qué manos estábamos.

*Periodista