La esencia reaccionaria de los profesionales del cotilleo, esos inquisidores vocacionales de la vida del prójimo, ha rebasado incluso sus propio límites en el tratamiento otorgado al deceso de Carmen Ordóñez. Según se desprende de lo dicho por esa gente, la popular hija, nieta, exesposa, madre, tía y sobrina de toreros habría muerto a consecuencia de la libertad. Antes de que la autopsia estableciera el infarto como causa de su muerte, los estafermos del género rosa (más negro que rosa últimamente) habían glosado abundantemente en prensa, radio y televisión el perfil de la infortunada Carmina en unos términos, cuando menos indecentes: su fin en la bañera de su casa vendría dictado por una vida de disipación, de libertad extrema, que no puede conducir sino a ese parecido desenlace. "Carmina hizo siempre lo que le dio la gana", repetían como loros los especialistas, como si del uso de la libertad personal más allá de las convenciones sociales hubiera de derivarse un castigo proporcional a semejante transgresión de las normas, pero lo más llamativo, con serlo esto mucho, es que el coro de porteras confundiera a Carmina con un ser libre, cuando es público y notorio que la pobre estuvo siempre cautiva de la fama, del dinero, de los estupefacientes y de la ansiedad.

El género llamado del corazón, puro ejercicio en realidad de la maledicencia, detesta la libertad, y por eso espía, controla, fiscaliza y condena los actos de sus víctimas, aduciendo para justificarse que las víctimas se dejan. Odian la libertad porque ni la conocen ni son dignos de ella, de modo que siempre están criminizándola. Así, Carmina sucumbió "por haber hecho siempre lo que le dio la gana" y no, cual es lo cierto, porque en su familia, de chica, no le enseñaron a amar la libertad ni a usarla con sentido. Y eso por no mencionar la circunstancia de que un infarto le pueda dar, con independencia de todo, a cualquiera.

*Escritor y periodista