Febrerillo el loco es famoso por su inconstancia meteorológica, pero también porque nos anuncia la proximidad de la primavera y se aviene a celebrarla anticipadamente merced a los carnavales, disfraz de alegre jovialidad, ilusiones falaces y expectativas aún más ilusorias. Días para olvidar las penas que nos acechan desde todos los frentes y emerger por un instante de la mísera crueldad en la que osan hundirnos las noticias cotidianas de hambrunas y guerras, de expatriaciones forzosas e inútiles debates. Padecemos una epidemia de insolidaridad e inseguridad de la que pretendemos evadirnos cerrando los oídos a la verborrea que aúlla desde la otra orilla del Atlántico y los ojos a las imágenes del desastre sirio o a las de los inmigrantes varados en tierra inhóspita, pero es más difícil cohabitar con la penuria apenas velada que lucha por sobrevivir al otro lado de la calle. Hacemos baluarte de nuestra confortable poltrona en nuestro no menos privilegiado hogar, gracias a un muro inexpugnable, opaco al clamor de quienes no llegan a fin de mes, al grito de los parados sin esperanza, al susurro de quienes ni siquiera tienen voz para demandar justicia. Pero, ¿cómo espantar los aciagos fantasmas que revolotean por doquier?; ¿acaso podemos dormitar seguros?

Quien más posee, más puede perder; ni siquiera es posible confiar demasiado en un futuro feliz, garantizado por una pensión (paupérrima para las viudas), ni en un plan privado de ahorro sometido a los antojos de los vaivenes financieros.En fin; es tiempo de carnavales. Bajo los nubarrones sombríos que cubren todo el cielo, ahí está la ocasión de disfrutar unas horas de júbilo insustancial y despreocupado, ajenos a un mañana tan incierto. Después, tornará la realidad con sus inmisericordes latigazos. H *Escritora