El joven y recién llegado presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, se ha puesto las pilas para cambiar la dinamo del poder. No sé si las traía puestas, en su opaca iluminación del cambio tranquilo, o si el alumno leonés de Felipe González era desde el principio un astro con luz propia.

El caso es que en cuatro días, este singular político le ha dado la vuelta al calcetín de hierro de José María Aznar, liberándonos de la férula de la guerra y del pijama de cemento del trasvase del Ebro. Sobre este último expolio, ya desactivado, ha declarado Zapatero, por si alguien albergaba aún alguna duda, que se trataba de una operación cara y antigua, que él y Cristina Narbona cancelarán en breve.

Antiguo y caro era, pues, el trasvase del Ebro, como antiguas, por rancias y costosas, por casposas y especulativas, han quedado de súbito muchas de las políticas del PP, cuya estrella sólo brilla en el frontispicio de la ironía de Rajoy, cuando el gallego anda fino. Antiguo era Aznar, con su vesania bélica y su desafío al orden natural de las cuencas hidrológicas. Antiguos son Zaplana, Matas, la exministra Elvira, aquella de las gasas y primeras piedras por Levante. Antiguo era Pascual Fernández, aquel orondo secretario de Estado que despellejaba a los aragoneses por ser modernos y defender la nueva cultura del agua y el desarrollo sostenible. Antigua es Rita Barberá, con su folklore político y su vestuario de cine de barrio . Antiguo es Mayor Oreja, que nunca fue joven, y antigua de mantilla y peineta es Luisa Fernanda Rudi, reserva occidental para la moderna Europa. Modernos, lo que se dice modernos, sólo son Zapatero y García Montero.

Al pipiolo socialista se le ha quedado la piel de toro tan antigua y rancia, tan apolillada y cañí, que ha encargado sacudirla en los balcones del futuro. No pudo impedir que Raphael y Natalia Figueroa, que son vetustos, asistieran a la toma de defensa de su ministro de defensa, el antiguo José Bono, viejo como la transición misma, pero ha emprendido los pasos para reformar el Plan Hidrológico, la Constitución, el Senado, el sistema electoral, la política internacional, el régimen de vivienda, el mando de las fuerzas armadas, el Centro Nacional de ¿Inteligencia?, la cultura, la educación, el aceite, la pesca, y hasta el socavón de Moncloa donde estaba la pista de pádel que Aznar se llevó a su urba de lujo, en la que se ha puesto a escribir, él o el negro, unos libros que son como para tontos, pero que se venden dabuten.

Antiguo es Francisco Camps, el presidente valenciano, que todavía va por ahí armando barrila con el agüica que falta, y amotinando a los huertanos y a los promotores del golf. Más antiguo todavía, de una antiguedad sin medida, patriarcal, romana, sería Valcárcel, el centurión murciano, que anda desalado, preguntándose por qué el chiringuito turístico se le viene abajo y hasta Julio Iglesias retira sus acciones de los parques de ocio.

Moderno es Clos, y su Fórum, pero sobre todo Zapatero, con su blanda consistencia y esa manera suave y urgente de cambiarlo todo.

*Escritor y periodista