El reciente congreso socialista se ha resuelto con la satisfacción general del deber cumplido, de las elecciones ganadas, y con un equitativo reparto de puestos y cuotas, que a todos o a casi todos ha satisfecho. El cambio tranquilo de Rodríguez Zapatero -ahora, tras su saleroso golpe al trasvase, El Desalao -, ha servido para escenificar la ilusión de un partido compacto, sólido, con vocación de gobierno y futuro, y con respeto al pasado. Todo pluscuamperfecto, como el propio ZP, cuya estrella sigue brillando.

También ha brillado, en sordina, el estrellado carro de Marcelino Iglesias, un político asimismo tranquilo, dialogante, pulcro, con las diaconales manos protegidas por guantes de seda que ocultan las felinas garras de un depredador de las selvas del poder. Esos mismos espolones, también escondidos, adornan la ambición de Zapatero. Entre ambos, unidos por ciertas similitudes, por la paciencia y la espera, y por el fulgor de su estrella de la suerte, fluye una corriente de simpatía; de ahí que se entiendan; de ahí el zarpazo al trasvase; de ahí el nuevo y hasta ahora desconocido pedigrí de la plana aragonesa en un partido de ámbito nacional.

Iglesias, el presidente tranquilo, ha colocado con tranquilidad, en las esferas del ejecutivo y de la ejecutiva, a cuatro de sus luminarias planetarias: Víctor Morlán, Mercedes Gallizo, Lucía Gómez, Eva Almunia. Un trío de reinas para reinar en Madrid y un eficiente caballo para traernos y acelerar el caballo de hierro. Cuatro lunas girando alrededor del sol de la corte.

El PP, en sus tiempos de esplendor, previos al agujero negro de Alcalde, sólo atinó a colocar en la constelación genovesa a dos de sus astros, Santiago Lanzuela y Luisa Fernanda Rudi, pero dichas estrellas, disipadas por el éter electoral, han perdido brillo, y visto desviada su órbita. El sónar de la prensa acusa que el planeta Lanzuela apenas registra, a fecha de hoy, vida política, mientras Rudi, propulsada en meteorito por el big-bang del 14-M, dirige hacia Europa su imprevisible alucinaje. Por lo que respecta a sus recambios, las estrellas enanas, están aún por descubrir, y ni siquiera los telescopios más potentes adivinan la edad-luz que les falta para entrar en nuestra atmósfera.

En estas condiciones, el tranquilo planetario de ZP gira con calma por el nuevo universo de Moncloa, atravesando la galaxia del partido para insuflarse de gases primigenios y sobrevolando el planeta azul en sus cráteres nacionalistas, que van echando raíz y expulsando a los dinosaurios con su glaciación ideológica.

Qué bien, con cuanta placidez y reflexión, se debe vivir y sobrevivir en esta nueva Vía Láctea del diálogo tranquilo, del pacto constante, del fluido cósmico y negociador de los principios zapatistas y su mansa revolución jamás enunciada. ¿Quién le iba a decir a Merche Gallizo, allá por las luminarias de la izquierda radical, que un buen día iba a ocuparse del tercer grado de Mario Conde, Roldán y otros asteroides convulsos? ¿Quién a Lucía Gómez, la alcaldesa del bolígrafo, pero sin AVE, que se sentaría a la vera del césar leonés? ¿Quién, a Eva Almunia, que iba a explotar en tan breve lapso, como una bengala?

Tres reinas, y un percherón.

*Escritor y periodista