Apenas si se reciben ya cartas, pero a nuestros buzones llegará pronto un mensaje con inquietantes nuevas: conoceremos así cuán sabrosa ha de ser nuestra jubilación, mediante una ministerial misiva donde se señala el importe de nuestra futura pensión, según las respectivas aportaciones a lo largo de la vida laboral; por supuesto, siempre y cuando no cambien algunas de las múltiples variables afectadas.

Curiosos propósitos los que parecen esconderse detrás de la ínclita epístola. ¿Acaso es una invitación al ahorro privado forzoso? Quizá simplemente se trata de prepararnos para un desastre anunciado. O de elevar nuestras miras espirituales, ya que no podremos contar mucho con las materiales. Tal vez estamos ante una magna operación financiera, en la que sus pingües beneficios irán a parar a los de siempre. Sea como fuere, españolitos que Dios guarde, podréis estrujaros ya el cerebro para ver cómo reproducir el milagro de los panes y los peces, lo que siempre será más factible que dilatar la escuálida renta que os va a tocar en suerte. Pensad, en fin, que peor lo tienen quienes ni siquiera reciban la cartita en cuestión, caso de la mayor parte de los escritores, a los que tampoco suelen llegar ni las liquidaciones de sus editores. ¿Y qué decir de la jubilación obligatoria a la que tantos profesionales han debido someterse? Pues que, amén de la experiencia desperdiciada, también se han quedado muy debilitados los servicios que nos proporcionaba aquel añorado estado del bienestar.

Eso sí, pocas cartas más recibiremos en el futuro: la última para promocionar cursillos de internet para ancianos desinformatizados, pues todas las comunicaciones habrán de ser a través de la Red.

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