Corren tiempos de laicismo estatal. Así las cosas, cabe esperar que la ética sea también laica; esto es, razonable: brotada de la reflexión humana, filosofal... Pues no. Por alguna razón, la ética que impera en un mundo pretendidamente aconfesional sigue preñada de trascendencia. Se diría que hemos prescindido de los clérigos, pero nos hemos quedado con su moral, aunque, eso sí, camuflando algo las cosas de forma que la cristiana caridad de antaño hoy se denomina, a lo Comte, altruismo. También: filantropía, solidaridad... Términos todos que hacen referencia a nuestro deber para con el prójimo al que, más papistas que el papa, debemos amar más que a nosotros mismos. Se explica así que los clérigos de esta religión mundana hagan suyas las obras de misericordia. Ya saben: desde enseñar al que no sabe hasta redimir al cautivo y enterrar a los muertos, etc. Y, ¡ay!, del que se niegue que será anatematizado y puesto en la picota. Estoy dispuesto a aceptar el amor al prójimo como principio de moral religiosa, pero nunca como principio de moral pagana. Apréstense todos los que pretenden que nos desvivamos por los demás, sobre todo si son de fuera, a elaborar una teoría axiológica que fundamente sus pretensiones. Y que nos convenza. --J. Fco. Luz Gómez de Travecedo. (Teruel)M