Sergio se encaminó muerto de sueño a la parada del autobús, pero allí se despertó por completo. Habían puesto un nuevo cartel en la marquesina. En él, a tamaño natural, la chica más bonita del mundo posaba con un vestido espectacular. La modelo tenía el cabello castaño y los ojos dulces. Durante todo el tiempo que estuvo esperando a que llegara el autobús, Sergio no pudo apartar la mirada de ella. Ella tampoco la apartó de él. El chaval, al salir del instituto y volver a casa, le contó a su madre que había conocido a la chica más hermosa del mundo. Su madre sonrió. Al día siguiente, Sergio volvió a la parada y se plantó donde se posaban los ojos de ella. Contemplándola ensimismado, dejó pasar siete autobuses. Cuando en casa su madre le sirvió la comida, Sergio le dijo que no tenía apetito. Su madre le preguntó qué le sucedía. El muchacho le confesó que se estaba enamorando. A la mañana siguiente se situó más cerca del cartel, pero en el mismo ángulo donde ella miraba. Pasó allí toda la mañana, observándola, admirándola. Cuando llegó a casa y su madre le preguntó qué tal todo, le dijo que bien, y no se atrevió a decirle nada más. Al día siguiente el chaval voló hasta la parada y, cuando creyó que ninguna persona le miraba, le dijo «te quiero» a la chica del cartel.

Después le dio un tímido beso, con mascarilla. Luego volvió a casa, y por la noche, pasadas las doce, salió sigilosamente, sin que se enterase su madre, y fue a la parada del autobús. No había nadie en la calle, por el toque de queda, y se acercó decidido a la muchacha del cartel. Envalentonado, enamorado hasta la locura, le dijo que la amaba. Entonces, como por arte de magia, la chica salió del cartel y le dijo que ella también lo amaba.

Cogidos de la mano, se internaron en la noche. (Sin magia de por medio, a ver quién liga en estos tiempos).