La casa azul de Calatayud se hunde una décima de milímetro cada día. Todos esos vecinos que se han quedado sin casa de repente, sin pasado, sin el sofá. Un edificio que se hunde en una sima poco a poco, que ya han dicho los expertos que habrá que derribarlo, seguramente a bola, porque desmontarlo puede ser peligroso. Estos días, meses, de pitanza, jolgorio, esquí y despilfarro (lo que antes se llamaba la Navidad) han sido especialmente duros para el vecindario de la casa azul. En realidad son unos refugiados, porque las zapatillas de estar por casa son lo más sagrado que tenemos, la auténtica patria, junto con la nevera y el rincón del televisor, que es el fuego del hogar, la cadiera. Aunque nadie se haya quedado en la calle, ni hayan sufrido campamentos de refugiados como en los terceros mundos, el desarraigo fulminante de tener que salir de casa con lo puesto y no volver nunca más, excepto unos minutos a recoger cuatro papeles, ese desarraigo definitivo es un daño irreparable. Porque si nos quitan esos cuatro objetos, las fotos de los abuelos, que nunca se miran pero se guardan en una lata de galletas, si nos quitan esos cuatro objetos, nos hacen polvo. La tragedia de la casa azul recuerda demasiado a la gente que ha tenido que abandonar su casa y su tierra y sus muertos porque iban a hacer un embalse, un pantano. Luego están los líos económicos, los problemas legales, la situación, el futuro. El Ayuntamiento de Calatayud va a pagar durante seis meses un almacén para que puedan guardar sus enseres, sus muebles, libros, vídeos, la máquina de coser. Y luego cada cual tendrá que hacerse cargo de sus cosas. En este opíparo ciclo interminable que va desde el Pilar a las rebajas, lo que antes se condensaba en la Navidad, estas familias damnificadas de la casa azul lo han pasado especialmente mal. Su pasado y parte de su futuro se hunde a razón de una décima de milímetro al día. Aparte de ayudar en lo que está más o menos previsto, las instituciones podrían colaborar con estos vecinos de alguna forma imaginativa. Por ejemplo, convocando --y pagando-- un concurso internacional de arquitectura para el proyecto del nuevo edificio. Sólo con eso ya se difundiría la singularidad de un edificio que se lo traga la tierra. Y habría que hacer una película, un documental. Y que la Expo 08 apadrine ya de alguna manera a estos vecinos.

*Periodista y escritor