Las noticias de la muerte de Pablo Casado eran exageradas. Consiguió salir de una situación difícil. La moción de censura de Vox era sobre todo una maniobra contra los populares. Ayudó la torpeza de Abascal, que desplegó una visión paranoide refritada de la ultraderecha internacional.

Mientras, España se convertía en el primer país que alcanzaba oficialmente un millón de contagios. Sorprendía que se produjera en ese momento una moción de censura sin posibilidad de éxito. También desconcertaba que el foco se centrase en una disputa dentro de la oposición. Pero la decisión de Casado es una buena noticia, como lo fue la paralización de la propuesta de reforma del CGPJ. Los partidos conservadores son imprescindibles para contener a la extrema derecha.

Aunque sea deseable, no parece sencillo que abandonemos la política de bloques. Es mejor que los bloques los lideren las fuerzas moderadas, pero mientras existan serán necesarios esos acuerdos con los extremos. Lo contrario -proscribir pactos o exigirle que se aleje de exvotanteses decirle al PP que no puede gobernar nunca. Puede llevar ese grupo a posiciones liberales y responsables: Vox, además, tendría que apoyarlo, o dejar el poder en manos de la izquierda. Para un votante conservador, es mejor ser derechita cobarde que energumenismo irrelevante.

Se pueden matizar algunos elogios. Se aplaude el alejamiento del extremismo del PP, mientras el PSOE firma con Bildu, ERC, la CUP y otras fuerzas un manifiesto contra los «discursos racistas, xenófobos, machistas». Ya sabemos que el único racismo que toleran algunas de esas fuerzas es el suyo. No siempre se le ha pedido a Sánchez que se alejara de los extremos. Normativamente parecía aconsejable pero era inconveniente desde el punto de vista estratégico, y la justificación de la estrategia rediseñaba lo normativo.

También sabemos que para algunos la moderación se mide en la distancia con el gobierno y con la posición que tenga esa semana. No apoyarlo es irresponsabilidad institucional, deslealtad patriótica, trumpismo o ultramontanismo. Celebramos que Casado vuelva a la tradición liberal conservadora, pero Sánchez decía que Rajoy, nada menos, pertenecía a la derecha más extrema. Lo decía, por cierto, a cuenta de la aberrante ley mordaza, que no ha modificado como presidente de gobierno. Ahora la opción progresista es un estado de alarma de seis meses para evitar aprobarlo cada poco tiempo en el parlamento. Como la mayoría del Gobierno es frágil, sus socios son desleales y a veces la oposición no apoya al Ejecutivo, y como en seis meses no ha habido tiempo de modificar la legislación, lo mejor es ahorrar trámites engorrosos