Ha llegado el PP hasta aquí, entre chistes de los espectadores, bromas de los analistas, metáforas, surrealismo y un vientecillo de locura que ya soplaba en la derecha antes de la moción (pronto habrá que escribirla con mayúscula, como Transición o Constitución), pero que después del derribo y fuga de Rajoy se ha convertido en un huracán. Así que entre mucho jajajá y muchos ejercicios de adivinación pasó la votación eliminatoria de las bases, y mientras los 58.000 mil votantes ponían de manifiesto la menguada realidad de un partido que alardeaba de ser grande, el cuasi empate entre Sáenz de Santamaría y Casado abría las puertas a la posibilidad de que este último acabe siendo el presidente del Partido Popular si logra ganar el Congreso Extraordinario con ayuda de la derrotada Cospedal. La entente antisorayista parece lógica, vale, aunque no está muy claro qué harán los compromisarios en un cónclave al que se llega con el aparato dividido y mucha mala leche acumulada. Pero, al margen de estos detalles emocionales, lo que causa no ya risa sino estupor es que la formación conservadora está a punto de ponerse a las órdenes de un personaje tan vulnerable, sospechoso y sujeto a las contingencias judiciales.

Casado es muy de derechas, es aznarista, es un liberal de boquilla que lleva toda su vida cortando el cupón. Pelillos a la mar. Lo peor es que nadie puede ignorar que su trayectoria académica es un trampantojo y de ahí podrían derivarse responsabilidades penales, al margen de lo contradictoria que resulta su ¿carrera? con esos valores del mérito y el esfuerzo que tanto predica el PP.

O en la derecha tradicional no han entendido nada de lo que les ha pasado (y mira que ha sido gordo), o la soberbia les nubla la visión. Casado es una bomba de relojería andante, un candidato imposible. Que sea joven y tenga ese aire de yerno estupendo capaz, dicen, de competir directamente con Albert Rivera, no pasa de ser una anécdota. Con él el desastre está seguro. Con Soraya... probable. Esto no lo arregla ni el mismísimo Torra.