Nuevo psicodrama socialista. Fue un 1-O, pero de 2016... El entonces flamante secretario general salido de las primarias del PSOE, Pedro Sánchez, se enfrentaba a la mayoría de los barones territoriales y a toda la vieja guardia del partido en una jornada bochornosa que le llevaría a dimitir en menos de 24 horas de sus responsabilidades orgánicas. El motivo de la querella, conviene recordarlo, era la desconfianza que generaba su política de pactos para llegar a la Moncloa, pese a las líneas rojas marcadas por la dirección del partido frente a un posible acuerdo con fuerzas secesionistas. Desde aquel «la autoridad soy yo» espetado por una diputada andaluza a las puertas de Ferraz hasta el marasmo actual al que se ha visto reducida la formación, el hoy presidente del Gobierno ha protagonizado una tortuosa peripecia que ha escapado muchas veces a un fin tan inevitable como aplazado. A excepción de Suárez, nunca antes alguien tan vilipendiado por propios y extraños había conseguido aguantar tanto en el poder gracias a un manual de resistencia que para muchos no es sino suma de osadía, ambición y falta de escrúpulos.

Muchos fuimos, sin embargo, los que en su día simpatizamos con el rebelde socialista en lucha contra el establishment, ya estuviera este representado por su propio partido o por unas élites económicas que no estaban dispuestas a ir a unas terceras elecciones (y que presionaban para sacar adelante la candidatura de Rajoy sí o sí). La pasada semana, poco después de que saliera a la luz la oferta de incluir un relator en las negociaciones con la Generalitat, el propio Arturo Pérez-Reverte admitía la magnitud del error en un tuit en el que calificaba al actual presidente español de «irresponsable». Es lo menos que se puede decir hoy de alguien que ha deteriorado todas y cada una de las instituciones -la Abogacía del Estado, el Tribunal Supremo, el Congreso de los Diputados, el CIS… -- sobre las que ha puesto la mano en estos siete convulsos meses en los que ha permanecido al frente del Gobierno. Sirva al menos el yerro de unos de lección para todos los demás: en política, sentimientos tan loables como la empatía o la indignación no pueden sustituir a la razón y al cálculo desapasionado; porque las víctimas de hoy son, a menudo, los verdugos del mañana.

Llegados a este punto, sólo queda por conocer cómo será el final de la historia. Más allá de fallas morales, el error principal de Sánchez ha sido, sin duda, no comprender la lógica de sus compañeros de viaje desde la moción de censura. Atrapados por la épica de la confrontación que late en el fondo de todo conflicto identitario, los independentistas catalanes no podrían ni aunque quisieran ofrecerle a Sánchez el marco de estabilidad que necesita para agotar, como ansía, la legislatura. Aun cuando se hubieran impuesto las tesis pragmáticas de Junqueras y de ERC, la tensión que supone el inicio del juicio por el 1-O hace imposible un apoyo expreso a las cuentas en el Congreso con el que contrarrestar los votos de PP y Cs. Y todo ello, sin contar con el desgaste de un «gobierno bonito» que ha ido acumulando reprobaciones y dimisiones hasta opacar un bagaje más que discreto en materia de recuperación de derechos sociales por la vía del real decreto. (Ni siquiera la exhumación de Franco, el principal empeño del Consejo de Ministros durante meses, ha conseguido salir adelante de acuerdo a los planes previstos.)

Pese a que el daño infringido al Estado es importante, no será este el principal perjudicado de la aventura de Sánchez. En realidad, los mismos mecanismos democráticos que sirvieron para apartar a Rajoy cuando se hizo evidente su connivencia con la corrupción van a entrar en juego (la diferencia es que esta vez no habrá moción de censura ni tentación de abrazo con el PNV). El quebranto sí resulta, en cambio, fatal para el PSOE, en tanto que impugna la transformación emprendida con las primarias, extravía ideológicamente al partido y agranda hasta la amenaza de ruina las eternas grietas con el PSC. Ni siquiera durante aquellas horas fatales de hace dos años y medio, los más pesimistas -dispuestos a todo para impedirlo- hubieran pronosticado tanto. H *Periodista